Segunda entrega sobre aquellas obras que no debéis
perderos.
Nota: Perdonad el uso de la cursiva en toda la entrada. Hoy blogger ha decidido que no admite la letra normal y corriente, y me ha resultado imposible quitarla. También ha decidido que lo de justificar bien el texto no es creativo y que prefiere el desorden que veréis a continuación.
Durante muchos
años, la incomprendida Manfred, de Pyotr Ilyich Tchaikovski, fue mi
sinfonía preferida. Debo admitir que no me ganó por completo en un principio, a
pesar de que el marco donde la escuché por primera vez no pudo ser más
excepcional. El 31 de Mayo de 2003, el Festival Internacional de Música de
Toledo (que por aquel entonces tocaba techo) clausuraba su novena edición con
la Orquesta Sinfónica de la Radio Nacional Búlgara, agrupación con un
descomunal número de músicos. El concierto se celebró en el patio de San Pedro
Mártir, espléndida joya de la arquitectura renacentista y uno de mis lugares
preferidos en mi ciudad natal. Como final de festival fue toda una apoteosis,
más que nada porque a mitad de la segunda parte del concierto irrumpió una
señora tormenta que obligó a orquesta y público a replegarse como buenamente se
pudo.
Anécdotas aparte, lo cierto es que la tormenta pareció
haberse conjurado durante los estallidos orquestales de la primera parte del
concierto, la mentada sinfonía de Tchaikovski. Recuerdo que si bien no quedé
especialmente seducido por la obra, sí que lo hicieron sus poderosas masas
sonoras. Verlas provocadas por el movimiento desatado y simultáneo de
tantísimos músicos, en ese precioso patio, con bandadas de pájaros muy
inquietos sobrevolando contínuamente la escena y el cielo amenazante fue una
vigorosa suma de estímulos.
El patio de San Pedro Mártir en Toledo,
inmejorable marco para un concierto
Cuando de
verdad quedé prendado de la sinfonía fue en posteriores escuchas, ya en
grabación. Me llamaba mucho la atención que no estuviese numerada e integrada
dentro del conjunto de las otras 6 sinfonías del compositor. De hecho, hay
ediciones Complete
Tchaikovsky Shymphonies que la dejan también excluída.
La razón es que, a diferencia de las demás, ésta tiene un contenido
programático: Manfred
adapta el poema teatral del mismo título que Lord
Byron escribió entre 1816 y 1817, que
constituyó desde entonces todo un estandarte del romanticismo, en este
caso, en su vertiente más escatológica y sobrenatural. De ahí su carácter
descriptivo (muy cercano al que podemos encontrar en las actuales bandas
sonoras cinematográficas) y la inusual estructura de sus movimientos. Tras su
estreno en 1885 no faltaron voces críticas que afirmaron que su narratividad la
afectaba como sinfonía, mientras que como obra programática no llegaba a la
altura de las de Liszt, Berlioz o los ballets del propio Tchaikovski,
quedándose, por tanto, en tierra de nadie. Esto, sumado al recelo del compositor,
hizo que Manfred cargara con un halo de malditismo (muy byroniano, por cierto) que
la convirtió en obra poco interpretada, escondida. Quizás por esta condición la
adopté como mi sinfonía, más que porque me pareciera (y me parezca) musicalmente soberbia.
Hoy en día, reconozco el mayor mérito musical de otras grandísimas congéneres,
pero sigo teniéndole a ésta un aprecio especial.
Pyotr Ilyich Tchaikovski, responsable de esta maravilla
El primer movimiento es el más
alabado de los cuatro, también el más canónico, en el cual Manfred vaga atormentado por las
montañas, invoca espíritus, discute con ellos acerca de su desesperada existencia. Se abre directamente
con el tema principal de la sinfonía, a cargo de la sección de viento, recogido después por las cuerdas. Una
de las cosas que más admiro de esta
obra es su robusto equilibrio entre ambas secciones. Tchaikovski no abusa de
ninguna de las dos, transmite los
motivos de unos a otras fluídamente, poniéndolos en boca de diferentes instrumentos cada vez. Así,
todos adquieren similar protagonismo, enriquecendo la paleta de sonoridades. El tema presentado toma cuerpo poco
a poco y se dirige con decisión
hacia el primer gran crescendo de la obra. Éste es otro de los aspectos donde
el compositor ruso desbordó de genio.
Los numerosos clímax orquestales que se alcanzan en Manfred, apoyados en fortísimas percusiones,
son de lo más espectacular y épico que puede escucharse,
la mejor idea sonora que podemos hacernos del desatarse grandioso de montañas, ríos...y tormentas. Pasada la
primera cumbre sonora, a mitad del movimiento, aparece
el segundo tema principal, correspondiente al recuerdo de Astarte, amada de Manfred, y por ende, lírico y delicado.
Ambos temas harán apariciones repentinas entre los temas propios de los restantes movimientos de la sinfonía, de
ahí que los desesctructuren notablemente,
y de paso, les concedan especial encanto. El primer movimiento termina con una nueva aculación instrumental
progresiva que conduce a la reaparición del tema de Manfred con todo su esplendor
en un segundo gran clímax.
Lo habitual en las sinfonías de 4
movimientos es reservar el segundo para un tiempo lento y el tercero para un animado sherzo, o
viceversa. En este caso, Tchaikovski escoje la segunda opción, y para describir el encuentro de Manfred con un
hada alpina pone a toda la orquesta en
constante movimiento, sin parar de ejecutar escalas y rápidas figuraciones,
juguetonas pero nada inocentes. Como
contraste, continúa después con una bellísima melodía reposada de carácter popular, muy de ballet. Juega a
tranformarla y enriquecerla instrumental y armónicamente,
en compases de fabuloso lirismo, hasta que la hace chocar con el tema principal venido del primer movimiento.
Después, retoma el scherzo hasta la conclusión del movimiento,
que resulta todavía más atractivo que el primero en cuanto al efecto de sus combinaciones instrumentales.
Aquí se interrumpe el hilo
argumental del sustrato literario y prefiere Tchaikovski centrar en una simple semblanza bucólica. Un
movimiento pastoral. Para ello elige un tema que remite a las escenas pulmón de aquellos melodramas
cinematográficos de los años 50 de gran
longitud y presupuesto. Nuevamente demuestra una excepcional riqueza en la orquestación, y hace progresar las
armonías con curiosos giros, imprevisibles y extrañamente
magnéticos, muy parecidos a los que podemos
encontrar en una partitura cinematográfica
contemporánea . Una vez más, el tema se va oscureciendo a la vez que crece en sonoridad, hasta que lo interrumpen
las tribulaciones de Manfred, en esta ocasión
acrecentadas por el tañido de campanas. Pero poco a poco vuelve la luz y el
tema paisajístico tema del
movimiento, que termina con cierta incertidumbre, anticipando lo que queda por venir.
El grandioso finale de la sinfonía es la más denostada de
sus partes, dada la rarísima distribución de tempos y motivos que presenta, y
sin embargo, fue desde el principio el que me pareció el más conseguido y
arriesgado de todos. Narra una orgía infernal donde Manfred se ve envuelto,
tras la cual un nuevo recuerdo de Astarte propicia en el protagonista un último
deseo de redención anterior a su muerte. Todo ello explica los fuertes
contrastes rítmicos y melódicos presentes en el movimiento. La bacanal del
comienzo es también orgiástica en lo musical. Absolutamente todos los
instrumentos participan del festín interrumpiéndose unos a otros con ritmos
violentamente acentuados. Especial relevancia tiene aquí la sección de
percusión, reforzada por el triángulo y las panderetas. La música camina por
armonías que nunca se resuelven, siempre están inseguras y en tensión. Además,
Tchaikovski aprovecha para explotar los recursos técnicos de los instrumentos.
La conjunción de todo es una alucinante explosión de timbres y colores. Si aquí
no está el germen de La
consagración de la primavera, que baje Dios y lo
escuche.
Después de un receso lento y tenebroso, vuelve la orgía, esta vez
en forma de fuga. Se ha criticado duramente esta parte por considerar que la
fuga es una forma antidramática, y por tanto, no apta para la música
descriptiva. Lo que esos críticos no quisieron ver es lo bien que está
resuelta. Tchaikovski logró añadir al juego sonoro anterior un enrevesado juego
armónico y figurativo que convierte el resultado del más difícil todavía en puro embeleso.
La segunda parte del movimiento recupera los dos temas del primero
corregidos y aumentados, es decir, con nuevos trucos instrumentales, acentuando
su dramatismo y también la emoción que producen. Primeramente escuchamos el de
Astarte y después, por última vez, el de Manfred, cuyo crescendo desemboca
esta vez en la sorpresa final: la irrupción del órgano. Un órgano poderosísimo
que lo llena todo. Con las luminosas sonoridades de la redención se va calmando
todo hasta la plácida muerte de Manfred. Es muy curioso que una larga obra con
múltiples picos sonoros finalice de forma tan serena.
La obra de Lord Byron dio pie en la época a toda clase de recreaciones artísticas.
Aquí, en una pintura de John Martin
Puede que Manfred no sea, dentro de la obra orquestal
de Tchaikovski, su obra magna. Para eso están su quinta y sexta sinfonías. Pero
es sin duda la más particular y atractiva. Sus momentos geniales (y no son
pocos) son parte de lo mejor que nos ha legado la música.