En sus cuatro recomendaciones
anteriores ya había dejado notar el lúcido dromedario cuáles son, a grandes
rasgos, sus filias particulares en cuanto a música culta se refiere, a saber:
música de cámara, sinfónica, pianística y, en menor medida, coral. Lo más
notable es, sin embargo, que todas mis primeras propuestas se enmarquen dentro
de la corriente romántica, por la que siento especial aprecio y debilidad. Así
pues, para esta quinta propuesta he decidido cambiar de época y pasar al S. XX,
ése que para lo bueno y lo malo dejó
absolutamente todo patas arriba, y que en materia musical sigue siendo para
muchos un gigantesco monstruo de infinitas cabezas al cual da verdadero pánico
acercarse. Esas cabezas representan las innumerables corrientes que durante este
tiempo nacieron en tromba y pugnaron entre sí por hacerse con el cetro de la
vanguardia. Al final, todas ellas pueden reducirse a dos premisas: la
legitimación del ruido como forma musical y su relación con la armonía (hasta
entonces norma), que se negaba a desaparecer por mucho que la sepultasen capas
y capas de sonidos disonantes. Para los oídos más valientes, el S.XX ofrece un
fascinante (e inagotable) catálogo de lugares desconocidos donde adentrarse y
dejarse sorprender. Merece la pena desprenderse del absurdo temor que infunde e
hincarle el diente. A este respecto, el maravilloso trabajo de investigación y
divulgación realizado por el crítico Alex Ross en el libro El ruido eterno es
un estupenda guía de apoyo para atreverse a hacerlo.
'El ruido eterno', publicado en España por Seix Barral,
perfecta ayuda para desentrañar el complicado
espectro musical del S. XX.
Dejando de lado estas
consideraciones, pasaré a centrarme en las obras que traigo conmigo esta vez, o
más bien, obra y propina: el Trio nº2 para piano, violín y cello, de
Dimitri Shostakovich; y la Obertura sobre temas hebreos de Serguei
Prokofiev.
Shostakovich es una de las
personalidades que menos problemas tuvo para lidiar con la dicotomía
armonía-ruido. Su lenguaje expresivo y su filosofía artística abrazan ambas y
las hermanan sin que en ningún caso la unión o el contraste resulten forzados.
Esto es gracias a que se mantuvo al margen de corrientes estrictas, andaba
sobrado de genio y pericia para armar un discurso que hablase por sí sólo sin
atenerse a reglas. Quizás por ello vivió siempre una relación tensa con el
régimen soviético, que tan pronto ensalzaba su trabajo como lo miraba con lupa
y suspicacia. A la vez que cuidaba de su mejor artista, quedaba descolocado con
determinados significados demasiado universales que su prodigiosa obra podía
adquirir. Por suerte, el talento y la actitud serena del compositor le
permitieron sortear todos los escollos y expresarse, casi siempre, como quiso. Por
supuesto, la mayor libertad de que gozó fue a la hora de enfocar sus trabajos
de cámara, género minoritario e íntimo donde a la censura no le interesa
(tanto) entrometerse.
Dimitri Shostakovich, uno de los grandes compositores
del S. XX...y de todos los tiempos
En la considerable producción
camerística de Shostakovich se encuentran todas las señas de estilo que lo
hacen grande. El ruso supo conservar ciertos criterios y elementos clásicos,
fundamentalmente estructurales, pero se dedicó a cambiarlos de sitio o a
desmenuzarlos. Le gustaba construir cánones y fugas a partir de melodías
amorfas. Cuando éstas no tienen suficiente entidad, se la proporciona mediante juegos
de ritmo y timbre. Los pasajes armónicos aparecen inesperadamente, e
inesperadamente se interrumpen. Constantemente se cuelan retazos folclóricos,
así como insertos minimalistas. Pero todo ello está perfectamente controlado, y
el resultado adquiere una configuración sólida y poliédrica. Así se observa en
sus 15 cuartetos de cuerda, en sus sonatas y piezas para dúo o en su
extraordinario quinteto, todas ellas obras más que recomendables.
Sin embargo, yo me quedo con el Trio nº2, compuesto en 1944, su único
trío si consideramos que el primero fue un trabajo muy temprano en un solo
movimiento que se iba a llamar Poema. Aparece
dividido en 4 movimientos de tempos Andante
moderato, Allegro con brio, Largo y Allegretto; una distribución clásica
que para nada augura su intrincado contenido.
Para empezar, el cello se va a
los armónicos y desgrana unas notas de lamento hasta que el violín le responde
por los graves (sus papeles están claramente invertidos). Con la adición del
piano queda establecida la atmósfera, extraña y grave, donde los tres
instrumentos conversan de forma puramente camerística (construyendo el discurso
juntos, sin preponderancias). Acabada la introducción, las cuerdas establecen
el ritmo insistente a partir del cual el piano continua moldeando la melodía
(más bien concepto) inicial. Luego le pasa el molde a las cuerdas y mano a mano
culminan un clímax inestable donde armonías primitivas interfieren en atípicos
pulsos y viceversa, pasándose de una voz a otra las células melódicas y
rítmicas, de lo que resulta una particular fuga muy atractiva. Un misterioso
pasaje en pizzicatos conduce a la recapitulación del motivo inicial en modo
brillante, haciendo hincapié en su carácter dramático, aunque de repente se
desmarca el violín con compases de alegre folclore que lo contrastan. En la
confusión producida recopila el movimiento sus elementos principales y hace
mezcla de todos para concluir de forma tan imprecisa como se desarrolló.
El allegro con brio parte de una línea melódica juguetona e infantil
que se va volviendo endiablada al mutar en figuraciones rápidas que pasan
continuamente de un instrumento a otro, lo cual no impide que a la mitad haga
aparición un pasaje totalmente armónico y de carácter popular, que entre toda
clase de virguerías técnicas lleva de nuevo al primer tema y concluye este scherzo breve y magnífico.
En contraste con la alegría del
segundo movimiento, el tercero es un coral trágico y totalmente estático (la
parte del piano sólo tiene notas redondas). Predomina al principio un estilo
melódico post-romántico, pero a medida que avanza el movimiento se va
deshaciendo hasta quedar totalmente suspendido al final.
De ese suspense arranca el marcado
ostinato rítmico del último
movimiento. En pizzicato, el violín presenta el tema principal, de
reminiscencias árabes, que juega a dar mil y una vueltas sobre unas pocas notas
y pasa después al piano (el ostinato
se lo quedan las cuerdas) para retornar al violín e irse alambican en diversos
tira y afloja entre los tres instrumentos, un patrón tomado del primer
movimiento pero con mayor énfasis en el rompecabezas del ritmo, que estalla en
un clímax apasionado y prolongado en el tiempo. Al acabar, el piano sorprende
con una eclosión de devaneos impresionistas sobre los que retorna el lamento
inicial del trío. Poco a poco vuelve la calma, pero no es más que para
transitar de nuevo la misteriosa insistencia del tema arábigo, aún más
inquietante tocado en piano. Un
pequeño inserto del coral del tercer movimiento pone la base para la
conclusión, donde la calma armónica del piano contrasta con el morendo del tema principal a cargo de
las cuerdas. Sumidos de nuevo suspendidos en la intranquilidad, acaba esta
fantástica obra.
Serguei Prokofiev
La Obertura sobre temas hebreos de Prokofiev es una maravillosa rareza
en forma de sexteto, que data de 1919. Al tradicional cuarteto de cuerdas con piano, el
compositor ruso añadió un clarinete, instrumento judío por excelencia. Así se
hace notar al inicio, donde es el absoluto protagonista de un tema klezmer sustentado en la constancia
rítmica del piano (muy parecida a la del último movimiento del trío de
Shostakovich) y apuntado por las réplicas de la cuerda. Unos y otros lo
conducen a un precioso pasaje en la línea de Debussy, cuya belleza adquiere un
toque de distinción debido a la presencia del clarinete. Tras una segunda
vuelta al motivo inicial, aderezada con toda clase de modulaciones de tempo, la pieza se asienta en un oleaje
de piano y cuerdas sobre el que el clarinete dialoga por separado con cada una
de ellas. Y es entonces cuando el cello presenta el segundo motivo, lírico,
romántico y absolutamente sublime, como lo es también su desarrollo a través de
las diversas respuestas enriquecedoras de los demás instrumentos, que mantienen
esta atmósfera hasta los arrebatadores pianissimos
del final. La obra da entonces una nueva vuelta a todo el conjunto, con
ligeras variaciones, y transforma el sosiego final en un amenazante accelerando donde el clarinete vierte
retazos del tema judío hasta interrumpirse por cuatro inesperados acordes que
ponen fin a la propuesta de Prokofiev, que no sólo es bellísima, es además una
de las mejores que conozco en género camerístico, en tanto que la distribución
de sus elementos entre los instrumentos participantes es en todo momento tan
sorprendente como equilibrada.