Primero un rostro,
el otro luego
Dos preludios
de la misma raíz
que en el piano tensan
el eco oscuro,
inalterada su marcha
siempre
por debajo como una
desconocida,
abrazada
a las ruinas de los
monasterios,
donde las veredas
en su gala dorada antes
del polvo
recuerdan
que siempre vive la luz,
la luz
que las ve unidas, madre
e hija
en el otoño