viernes, 18 de enero de 2013

Un año

Ojalá el año solamente fuera
una rotación completa 
del pensamiento, eso
-lo mismo exactamente- que
según Paul Valéry
es un poema

JUAN ANTONIO GONZÁLEZ IGLESIAS

 
 El tiempo perforado 
René Magritte, 1939

El tiempo vuela. En sus alas el dromedario ha cumplido un año de vida. Aunque hoy no aparece fechada así (fue modificada), Obertura dio la primera bocanada de aire a este proyecto el 18 de enero de 2012. 27 entradas han sido el fruto de mi dedicación a él. Me hubiese gustado conseguir más textos con reflexiones propias, pero es muy difícil lograr esa esquiva conjunción del desvelarse uno mismo con transparencia y a la vez hacerlo proyectándose hacia motivos de interés general. Así pues, he acabado recurriendo con frecuencia a reseñar algunas de mis particulares filias artísticas sin aportar gran cosa a lo que ya se ha dicho de ellas. Espero que eso no haya supuesto ningún inconveniente para quienes me leéis, que os haya deleitado con mis obsesiones y abierto nuevos cauces en vuestras inquietudes a pesar de lo pobre que haya podido ser el intento. Os doy las gracias a todos los que me habéis apoyado, dedicando parte de vuestro ajetreado tiempo a bucear. Gracias por seguir animándome a que vaya adelante con esto (y con su escisión en la revista hypérbole)

Espero que esta nueva rotación del pensamiento que tengo por vivir traiga más frutos y de más delicioso sabor. Por mi parte, continuaré intendo dejar esta pequeña oquedad visible de mí en el tiempo, trabajándola con el esmero que me sea posible para que ese propio tiempo no la deteriore sino que la haga cada día mejor.


  

lunes, 7 de enero de 2013

El mejor cine de 2012


Confieso que soy algo exquisito a la hora de hacer las pertinentes selecciones de lo más granado del año. Me gusta dejar exactamente colocados en el tiempo a sus protagonistas. Y por tanto, me gustaría que esta lista personal de las mejores obras cinematográficas del 2012 contuviera sólo exponentes de dicha temporada. Pero los caprichos de la industria de la distribución son inescrutables, y sabemos bien que determinadas películas nunca llegan a las salas o lo hacen con años de retraso. Así que habré de pasar por el aro y centrarme en aquellas obras que se hayan estrenado en España durante el pasado año, algunas, de cosechas anteriores. Hay dos excepciones: una que no he podido resistirme a incluir, pero se estrena dentro de muy poco; y otra perteneciente al ámbito televisivo. De hecho, mi intención inicial era esperar a esta segunda semana de enero para publicar la lista con pretensión de dejar un hueco a The Master, de Paul Thomas Anderson, y Zero Dark Thirty, de Kathryn Bigelow, pero me ha sido imposible verlas antes de mi nuevo traslado a Alemania, país donde aún no se han estrenado. Así que al final la cosa ha quedado como sigue:










Estrenada muy de tapadillo y con dos años de retraso llegó esta película del imprevisible Tom Twyker, un tipo con cierta tendencia a excederse en su pose de innovador. Incluso cuando toma un carácter intimista, como en esta historia donde los dos integrantes de un matrimonio (tradicional) se enamoran del mismo hombre y son correspondidos, adorna su narración con toda clase de trucajes e intentando aunar varias artes en su metraje (hay interludios de danza y música contemporánea). No siempre vienen a cuento, así que hay algunos desequilibrios, especialmente en el cuarto inicial, pero en este caso no minan el acertadísimo tratamiento del mosaico sentimental de sus protagonistas, verdadero motor de la trama. Sin propagandas ni situaciones forzadas, Twyker nos cuenta cómo tres personas con estudios, en buena posicion económica y de múltiples intereses, necesitan llegado un momento extender esa multiplicidad al campo de la sexualidad, y lo hace sin prisas, construyendo sus vivencias con gran verosimilitud.










Alexander Payne es todo un adalid del cine independiente norteamericano, un tipo de películas sin la parafernalia habitual hollywoodiense que tienen por bandera el tratamiento más natural a la vez que actual de los temas que tratan. Con el paso de los años este cine ha ganado popularidad y siempre pesca algún premio importante, pero también se ha convertido en una marca, lo que ha quitado frescura a muchos de sus títulos, que parecen tan prefabricados como los que nacen con la etiqueta For Your Consideration. No es el caso de Los descendientes, que desde los paraísos hawaianos bucea con precisión en las venturas y desventuras de sus acomodados personajes, muy identificables a los ojos del espectador medio. Quizás no sea tan redonda como el anterior trabajo de Payne, Entre copas, pero su talento hila cada vez más fino. Para las antologías queda la actuación de George Clooney.










La Concha de Oro en San Sebastián de este año viene a confirmar que nunca hay que perder de vista a François Ozon, director prolífico que, a la manera de un Woody Allen menor, siempre consigue captar tu interés aunque a veces lo haga con productos irregulares. De hecho, En la casa, es la película que hubiera hecho un Allen quizás no mayor, pero sí de los buenos. Un intrincado laberinto de apariencias donde el proceso creativo de las ficciones mueve y transforma una realidad de complejos deseos y pulsiones entre sus implicados. Ninguno se salva de ser radiografiado para lo bueno y para lo malo. Mientras tanto, el espectador lo pasa en grande a la vez que se sorprende de la pericia con que se enmaraña el guión. Para mi gusto, quizá se enmaraña demasiado al final, pero eso no empaña sus mérito.




 






Seguimos de festivales, en este caso con el título merecedor del Oso de Oro en el de Berlín. No he visto ningún título de los hermanos Taviani a excepción de Allonsanfan (1973), del que recuerdo que era tan extraño como atractivo. Cine italiano de los 70, para qué decir más. Al parecer los Taviani tampoco se han librado del declive artístico del cine de su país pasada aquella década, pero también han sido protagonistas en su actual resurrección. Cesare deve morire no es más que la selección de fragmentos de la puesta en escena del Julio César shakesperiano en varios escenarios del penal de Rebibbia a cargo de sus propios presos, sazonado con gotas documentales de la vida de estos y bañado por el constante juego de reflexión sobre el acto de representar. Puede que no sea nada más que eso, pero los hermanos octogenarios utlizan un magistral blanco y negro para colocar su ojo maestro siempre en el lugar perfecto, haciendo realmente intensa la experiencia de ver y escuchar estos grandes fragmentos en boca de tan inusuales actores.












Lo dije en su día y lo mantengo: Take Shelter es la película que M.Night Shyamalan mataría por hacer. Imaginen la típica película de este director. Hay un entorno familiar identificable pero no del todo normal que de repente se ve turbado y enrarecido por la aparición de un misterio de carácter sobrenatural pero apegado a la realidad (el gran valor de Take Shelter es que hasta el mismísimo final dudamos de si el protagonista sufre esquizofrenia o tiene el valor de profetizar). Ese misterio va desencadenando diversas situaciones, algunas ciertamente inquietantes, que finalmente se resulven en un sorprendente giro. Eso es una típica película de Shyamalan. Take Shelter es lo mismo, pero en bueno. Todo funciona: un Michael Shannon que lo borda, una tensión creíble y perfectamente generada, las dosis justas de miedo y desánimo, una conclusión no por esperada menos sorprendente. Descarten al director indio. Ésta es mucho mejor.











Una película que ha dado lugar a variopintas e interesantísimas digresiones ensayísticas. No es para menos: Steve McQueen ha dado con el tema exacto para tratar las enfermedades del mundo contemporáneo. La adicción al sexo es sólo una de ellas, pero a partir de ahí extrae hábilmente lo demás. Shame es un trabajo que rehúye todo morbo porque constantemente se toma en serio lo que cuenta. Es explícita en lo que muestra, pero no en lo que demuestra. Su economía de planos transmite a la perfección la aridez del vacío en que envuelve al protagonista y su inestable hermana el encierro en sus obsesiones. Como espectadores, al final acabamos participando de su general desencanto, pero lo hacemos satisfechos de que se nos haya revelado con tan buen hacer. Por el camino quedan varias escenas memorables (New York, New York...) y la actuación impecable de Michel Fassbender. 

 








Me pasa algo curioso con la última propuesta del director austriaco, Palma de Oro en Cannes. Y es que es tan descaradamente perfecta que me siento superado. Haneke está a otro nivel en cuanto a dominio del lenguaje cinematográfico. Es un maestro en evadir lo obvio, en economizar gestos y movimientos de cámara, en destrozar al espectador de pura veracidad. En Amor no se limita a emplear esta maestría sino que la eleva a niveles estratosféricos. En términos de narración, su último trabajo es más que irreprochable. A ello hay que sumarle la valentía con que se adentra en las sombras de la ancianidad sin disfrazarla, ayudado por su veterana y maravillosa pareja protagonista. Amor es lúcida, dura, emocionante y profunda. Muy profunda. Tanto que ahí reside mi problema para con ella. En ocasiones se me convierte en insondable, me quedo fuera. Pero el problema es mío, por supuesto. A Haneke no hay que pedirle nada más que el que siga golpeándonos así.












Albergaba yo mis ciertas reticencias respecto a lo nuevo del Ben Affleck director, basándome pricipalmente en que su aclamado debut tras las cámaras me pareció desastroso a todos los niveles. Por eso no tuve el menor interés en ver su segunda película y no lo habría tenido tampoco en esta tercera de no ser porque pitaba para los premios. Y mira por dónde me encontré ante una señora película, un thriller político que hereda de la época que ambienta (finales de los 70, principios de los 80) el ritmo y la agudeza de visión cinematográfica que se tenía entonces en Hollywood. Porque en su conjunción de contexto político y cine incluye a la vez un tenso y taquicárdico rescate diplomático y un homenaje en clave crítica y cómica al arte de la cámara. Y los dos cuadran y se complementan. Y te hacen sufrir durante dos horas pero también te entretienen y te deleitan. Todos sabemos que los estadounidenses cuando quieren, pueden, en todos los sentidos. Argo es una de las últimas demostraciones de ello. También, una de las mejores.











No soy un ávido consumidor de series. De hecho, me introduje en su mundo hace bien poco y me decanto generalmente por explorar aquellas ya consagradas y terminadas. Sé muy poco acerca de prodectos de nuevo cuño, pero no por ello puedo dejar de incluir aquí esta nueva temporada de Mad Men. Ya parecía difícil que la cuarta pudiera mantener no sólo vivo sino cada vez más enriquecido su complejísimo universo de relaciones interpersonales, surgidas de esos guiones impecables y prodigiosos puestos en escena con no menos impecable rigor de ambientación y por supuesto, actoral. Lo cierto es que lo hizo, llegando a cotas de calidad que nos dejaron pasmados. Y con ese listón se presentó esta quinta, que ha mantenido la (¿inquebrantable?) solidez de sus historias, ha multiplicado su elegancia y además ha dado auténticos saltos sin red en lo formal. Por primera vez los responsables de la serie se han permitido florituras y juegos de montaje que no sólo no han dado al traste con su propuesta sino que ha dado nuevos aires a su capacidad para sorprendernos y fascinarnos. Además del capítulo doble de apertura, destacan los capítulos pares 6,8 y 10. Pero es el 11 (tiene un 9,2 de nota media en Imdb a día de hoy) el que está más allá del bien y del mal. Lo mejor que he visto en materia audiovisual este año.










A pesar de lo que he dicho al final del puesto anterior, no quiero dejar de concederle el lugar privilegiado del podio a esta maravilla de Wes Anderson, director que cae mal a los que no logran conectar con su particular visión del mundo y el cine, y suele entretener de forma simpática a los que sí, como es mi caso. Antes no había pasado de esa mera simpatía, pero en esta Moonrise Kingdom ha logrado convertirla además en una delicia exquisita. La perspectiva desde la que se vive esta curiosa aventura es la de la infancia, pero el placer y la sonrisa que deporta son puramente adultos. No podemos dejar de encariñarnos con cada excentricidad de sus personajes, tanto de los buenos como de los malos, porque todos son adorablemente defectuosos. Entre tanto, (re)descubrimos lo que es el verano, el color, la pureza, la música, la vida, la misma que aquí se celebra a través del cine. Y con qué reparto. Puede que Moonrise Kingdom no sea objetivamente tan buena como, por ejemplo, Amor. Pero eso da igual, porque me gusta más. Porque a nadie le amarga un dulce, y éste deja el sabor de la felicidad. 
 








Otros títulos estimables de 2012



Las sesiones, Declaración de guerra, Tyrannosaur, On the Road (aún no estrenada en España), La delicadeza, El Hobbit



Antes de acabar me gustaría indicar que, como cada año, hay muchas películas que no he podido ver y por tanto no pueden entrar en esta lista. No hay tiempo ni dinero para todas. Pero ello no hará que se desprendan de la lista de 'pendientes' hasta que efectivamente dejen de serlo. Entre ellas puedo citar Blancanieves, De óxido y hueso, Cosmópolis, Mátalos suavemente. Ahora, que nadie se llame a engaño: otras como Holy Motors, La vida de Pi, El caballero oscuro: la leyenda renace o Los miserables las he visto. Si no están en la lista es porque no se lo merecen.

Acabo con esta entrada mi especial sobre lo mejor del 2012. Me gustaría que contuviera algo más que discos, canciones y películas, pero creo que es lo único que puedo consumir lo suficiente como para evaluarlo.