Confieso
que soy algo exquisito a la hora de hacer las pertinentes selecciones
de lo más granado del año. Me gusta dejar exactamente
colocados en el tiempo a sus protagonistas. Y por tanto, me gustaría
que esta lista personal de las mejores obras cinematográficas
del 2012 contuviera sólo exponentes de dicha temporada. Pero
los caprichos de la industria de la distribución son
inescrutables, y sabemos bien que determinadas películas nunca
llegan a las salas o lo hacen con años de retraso. Así
que habré de pasar por el aro y centrarme en aquellas obras
que se hayan estrenado en España durante el pasado año,
algunas, de cosechas anteriores. Hay dos excepciones: una que no he
podido resistirme a incluir, pero se estrena dentro de muy poco; y
otra perteneciente al ámbito televisivo. De hecho, mi
intención inicial era esperar a esta segunda semana de enero
para publicar la lista con pretensión de dejar un hueco a
The Master, de Paul Thomas
Anderson, y Zero Dark Thirty,
de Kathryn Bigelow, pero me ha sido imposible verlas antes de mi
nuevo traslado a Alemania, país donde aún no se han
estrenado. Así que al final la cosa ha quedado como sigue:
Estrenada
muy de tapadillo y con dos años de retraso llegó esta
película del imprevisible Tom Twyker, un tipo con cierta
tendencia a excederse en su pose de innovador. Incluso cuando toma un
carácter intimista, como en esta historia donde los dos
integrantes de un matrimonio (tradicional) se enamoran del mismo
hombre y son correspondidos, adorna su narración con toda
clase de trucajes e intentando aunar varias artes en su metraje (hay
interludios de danza y música contemporánea). No
siempre vienen a cuento, así que hay algunos desequilibrios,
especialmente en el cuarto inicial, pero en este caso no minan
el acertadísimo tratamiento del mosaico sentimental de sus
protagonistas, verdadero motor de la trama. Sin propagandas ni
situaciones forzadas, Twyker nos cuenta cómo tres personas con
estudios, en buena posicion económica y de múltiples
intereses, necesitan llegado un momento extender esa multiplicidad al
campo de la sexualidad, y lo hace sin prisas, construyendo sus
vivencias con gran verosimilitud.
Alexander
Payne es todo un adalid del
cine
independiente norteamericano,
un tipo de películas sin la parafernalia habitual
hollywoodiense que tienen por bandera el tratamiento más
natural a la vez que actual de los temas que tratan. Con el paso de
los años este cine ha ganado popularidad y siempre pesca algún
premio importante, pero también se ha convertido en una marca,
lo que ha quitado frescura a muchos de sus títulos, que
parecen tan prefabricados como los que nacen con la etiqueta
For Your Consideration. No
es el caso de
Los descendientes,
que desde los paraísos hawaianos bucea con precisión en
las venturas y desventuras de sus acomodados personajes, muy
identificables a los ojos del espectador medio. Quizás no sea
tan redonda como el anterior trabajo de Payne, Entre
copas, pero
su talento hila cada vez más fino. Para las antologías
queda la actuación de George Clooney.
La
Concha de Oro en San Sebastián de este año viene a
confirmar que nunca hay que perder de vista a François Ozon,
director prolífico que, a la manera de un Woody Allen menor,
siempre consigue captar tu interés aunque a veces lo haga con
productos irregulares. De hecho, En
la casa, es
la película que hubiera hecho un Allen quizás no mayor,
pero sí de los buenos. Un intrincado laberinto de apariencias
donde el proceso creativo de las ficciones mueve y transforma una
realidad de complejos deseos y pulsiones entre sus implicados.
Ninguno se salva de ser radiografiado para lo bueno y para lo malo.
Mientras tanto, el espectador lo pasa en grande a la vez que se
sorprende de la pericia con que se enmaraña el guión.
Para mi gusto, quizá se enmaraña demasiado al final,
pero eso no empaña sus mérito.
Seguimos
de festivales, en este caso con el título merecedor del Oso de
Oro en el de Berlín. No he visto ningún título
de los hermanos Taviani a excepción de Allonsanfan
(1973),
del que recuerdo que era tan extraño como atractivo. Cine
italiano de los 70, para qué decir más. Al parecer los
Taviani tampoco se han librado del declive artístico del cine
de su país pasada aquella década, pero también
han sido protagonistas en su actual resurrección. Cesare
deve morire no
es más que la selección de fragmentos de la puesta en
escena del Julio
César shakesperiano
en varios escenarios del penal de Rebibbia a cargo de sus propios
presos, sazonado con gotas documentales de la vida de estos y bañado
por el constante juego de reflexión sobre el acto de
representar. Puede que no sea nada
más que
eso, pero los hermanos octogenarios utlizan un magistral blanco y
negro para colocar su ojo maestro siempre en el lugar perfecto,
haciendo realmente intensa la experiencia de ver y escuchar estos
grandes fragmentos en boca de tan inusuales actores.
Lo
dije en su día y lo mantengo: Take
Shelter es
la película que M.Night Shyamalan mataría por hacer.
Imaginen la típica película de este director. Hay un
entorno familiar identificable pero no del todo normal que de repente
se ve turbado y enrarecido por la aparición de un misterio de
carácter sobrenatural pero apegado a la realidad (el gran
valor de Take
Shelter es
que hasta el mismísimo final dudamos de si el protagonista
sufre esquizofrenia o tiene el valor de profetizar). Ese misterio va
desencadenando diversas situaciones, algunas ciertamente
inquietantes, que finalmente se resulven en un sorprendente giro. Eso
es una típica película de Shyamalan. Take
Shelter es
lo mismo, pero en bueno. Todo funciona: un Michael Shannon que lo
borda, una tensión creíble y perfectamente generada,
las dosis justas de miedo y desánimo, una conclusión no
por esperada menos sorprendente. Descarten al director indio.
Ésta es mucho mejor.
Una
película que ha dado lugar a variopintas e interesantísimas
digresiones ensayísticas. No es para menos: Steve McQueen ha
dado con el tema exacto para tratar las enfermedades del mundo
contemporáneo. La adicción al sexo es sólo una
de ellas, pero a partir de ahí extrae hábilmente lo
demás.
Shame es
un trabajo que rehúye todo morbo porque constantemente se toma
en serio lo que cuenta. Es explícita en lo que muestra, pero
no en lo que demuestra. Su economía de planos transmite a la
perfección la aridez del vacío en que envuelve al
protagonista y su inestable hermana el encierro en sus obsesiones.
Como espectadores, al final acabamos participando de su general
desencanto, pero lo hacemos satisfechos de que se nos haya revelado
con tan buen hacer. Por el camino quedan varias escenas memorables
(New York, New
York...)
y la actuación impecable de Michel Fassbender.
Me
pasa algo curioso con la última propuesta del director
austriaco, Palma de Oro en Cannes. Y es que es tan descaradamente
perfecta que me siento superado. Haneke está a otro nivel en
cuanto a dominio del lenguaje cinematográfico. Es un maestro
en evadir lo obvio, en economizar gestos y movimientos de cámara,
en destrozar al espectador de pura veracidad. En Amor
no
se limita a emplear esta maestría sino que la eleva a niveles
estratosféricos. En términos de narración, su
último trabajo es más que irreprochable. A ello hay que
sumarle la valentía con que se adentra en las sombras de la
ancianidad sin disfrazarla, ayudado por su veterana y maravillosa
pareja protagonista. Amor
es
lúcida, dura, emocionante y profunda. Muy profunda. Tanto que
ahí reside mi problema
para
con ella. En ocasiones se me convierte en insondable, me quedo fuera.
Pero el problema es mío, por supuesto. A Haneke no hay que
pedirle nada más que el que siga golpeándonos así.
Albergaba
yo mis ciertas reticencias respecto a lo nuevo del Ben Affleck
director, basándome pricipalmente en que su aclamado debut
tras las cámaras me pareció desastroso a todos los
niveles. Por eso no tuve el menor interés en ver su segunda
película y no lo habría tenido tampoco en esta tercera
de no ser porque pitaba para los premios. Y mira por dónde me
encontré ante una señora película, un thriller
político que hereda de la época que ambienta (finales
de los 70, principios de los 80) el ritmo y la agudeza de visión
cinematográfica que se tenía entonces en Hollywood.
Porque en su conjunción de contexto político y cine
incluye a la vez un tenso y taquicárdico rescate diplomático
y un homenaje en clave crítica y cómica al arte de la
cámara. Y los dos cuadran y se complementan. Y te hacen sufrir
durante dos horas pero también te entretienen y te deleitan.
Todos sabemos que los estadounidenses cuando quieren, pueden, en
todos los sentidos.
Argo
es una de las últimas demostraciones de ello. También,
una de las mejores.
No
soy un ávido consumidor de series. De hecho, me introduje en
su mundo hace bien poco y me decanto generalmente por explorar
aquellas ya consagradas y terminadas. Sé muy poco acerca de
prodectos de nuevo cuño, pero no por ello puedo dejar de
incluir aquí esta nueva temporada de Mad Men. Ya parecía
difícil que la cuarta pudiera mantener no sólo vivo
sino cada vez más enriquecido su complejísimo universo
de relaciones interpersonales, surgidas de esos guiones impecables y
prodigiosos puestos en escena con no menos impecable rigor de
ambientación y por supuesto, actoral. Lo cierto es que lo
hizo, llegando a cotas de calidad que nos dejaron pasmados. Y con ese
listón se presentó esta quinta, que ha mantenido la
(¿inquebrantable?) solidez de sus historias, ha multiplicado
su elegancia y además ha dado auténticos saltos sin red
en lo formal. Por primera vez los responsables de la serie se han
permitido florituras y juegos de montaje que no sólo no han
dado al traste con su propuesta sino que ha dado nuevos aires a su
capacidad para sorprendernos y fascinarnos. Además del
capítulo doble de apertura, destacan los capítulos
pares 6,8 y 10. Pero es el 11 (tiene un 9,2 de nota media en Imdb a día de hoy) el que está más allá del bien
y del mal. Lo mejor que he visto en materia audiovisual este año.
A
pesar de lo que he dicho al final del puesto anterior, no quiero
dejar de concederle el lugar privilegiado del podio a esta maravilla
de Wes Anderson, director que cae mal a los que no logran conectar
con su particular visión del mundo y el cine, y suele
entretener de forma simpática a los que sí, como es mi
caso. Antes no había pasado de esa mera simpatía, pero
en esta
Moonrise Kingdom ha
logrado convertirla además en una delicia exquisita. La
perspectiva desde la que se vive esta curiosa aventura es la de la
infancia, pero el placer y la sonrisa que deporta son puramente
adultos. No podemos dejar de encariñarnos con cada
excentricidad de sus personajes, tanto de los
buenos
como de los
malos,
porque todos son adorablemente defectuosos. Entre tanto,
(re)descubrimos lo que es el verano, el color, la pureza, la música,
la vida, la misma que aquí se celebra a través del
cine. Y con qué reparto. Puede que
Moonrise Kingdom
no sea objetivamente tan buena como, por ejemplo,
Amor.
Pero eso da igual, porque me gusta más. Porque a nadie le
amarga un dulce, y éste deja el sabor de la felicidad.
Otros títulos estimables de 2012
Las
sesiones, Declaración de guerra,
Tyrannosaur, On the Road (aún
no estrenada en España), La delicadeza, El
Hobbit
Antes
de acabar me gustaría indicar que, como cada año, hay
muchas películas que no he podido ver y por tanto no pueden
entrar en esta lista. No hay tiempo ni dinero para todas. Pero ello
no hará que se desprendan de la lista de 'pendientes' hasta
que efectivamente dejen de serlo. Entre ellas puedo citar
Blancanieves, De
óxido y hueso, Cosmópolis, Mátalos suavemente.
Ahora,
que nadie se llame a engaño: otras como Holy
Motors, La vida de Pi, El caballero oscuro: la leyenda renace o
Los miserables
las
he visto. Si no están en la lista es porque no se lo merecen.
Acabo con esta entrada mi especial sobre lo mejor del 2012. Me gustaría que contuviera algo más que discos, canciones y películas, pero creo que es lo único que puedo consumir lo suficiente como para evaluarlo.
Acabo con esta entrada mi especial sobre lo mejor del 2012. Me gustaría que contuviera algo más que discos, canciones y películas, pero creo que es lo único que puedo consumir lo suficiente como para evaluarlo.
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