Tercera entrega sobre aquellas obras que no debéis perderos
Tengo
que reconocer que durante los tiempos de mi formación musical nunca
me sentí especialmente atraído por el género vocal. Ni las piezas
para cantantes solistas ni la ópera conseguían captar mi atención
del modo que lo hacían las obras instrumentales. No es que me
pareciesen inferiores, es que no me atrapaban, hecho al que nunca
concedí demasiada importancia. Sólo los coros, con toda su
magnificencia, se libraban de este desinterés por mi parte.
El
paso del tiempo, por desgracia, no ha modificado sustancialmente
esto. Casi siempre que he de elegir entre varias grabaciones que
puedo escuchar acabo optando por aquellas sin presencia de voz. Pura
manía personal. Creo que dejarse penetrar por los sonidos de la voz
humana y por las formas melódicas propias del canto lírico más
puro requiere una madurez perceptiva que quizás aún no haya
adquirido. Todo ello a pesar de que poco a poco continúo dejándome
seducir por las arias de ópera y ya he caído entregado ante más de
un lied.
Johannes Brahms, protagonista de esta tercera entrega
Por
todo esto que acabo de referir resulta aún más llamativo que los
cuadernos Liebesliederwalzer
y
Neueliebesliederwalzer,
compuestos
ambos por Johannes Brahms, me pareciesen algo de otro planeta desde
la primera vez que los escuché en el Museo de Santa Cruz de Toledo,
creo recordar que en 2002, en un concierto enmarcado dentro del
Festival Internacional de Música de la ciudad. Era uno de los
conciertos a
priori
menores en la programación del Festival. De pequeña escala, en día
laboral y de precio barato, de esos a los que acudía únicamente el
público eventualmente desocupado o musicalmente más interesado. Yo
acudí sin expectativas, deseando sólo conocer obras nuevas y
disfrutar de una agradable velada musical. Hoy todavía lo recuerdo
como uno de los conciertos que más me han sorprendido, llenado,
embriagado. No es para menos, estos valses-canciones
de amor
son de lo más excepcional que se ha compuesto.
"El vals", según un grabado de 1860
En
primer lugar, su morfología es muy particular. Para interpretarlos
hace falta un representante de cada uno de los cuatro principales
timbres vocales (soprano, contralto, tenor y bajo) y dos pianistas,
que tocarán a cuatro manos. Esta clase de instrumentaciones
inusuales pueden derivar en simples caprichos experimentales sin
mayor interés o, por el contrario, en paletas sonoras altamente
atractivas. Llevarlas a efecto, al tener que reunir a los intérpretes
requeridos, hace que no suela ser corriente encontrarlas en programas
de conciertos. Las grabaciones, por lo general, tampoco abundan. Esto
confiere un carácter aún más especial a estas obras, nos permite
apropiarnos
personalmente
de ellas como un tesoro recóndito que quiere y debe ser transmitido
a otros con la misma intimidad con la que tú participas de él.
Liebesliederwalzer op.52, primer conjunto de valses
Las
piezas que integran Liebesliederwalzer
y
su continuación son miniaturas en ritmo ternario (de vals), de no
más de dos minutos de duración, que se van sucediendo conectadas
entre sí en alternancia de tempos rápidos y lentos, así como
dinámicas fortes
y
pianissimos. Sus
textos están tomados de compilaciones de poemas y tonadas a cargo de
Georg
Friedrich Daumer, aunque Brahms reservó a Goethe el privilegio de
poner letra al último de los valses. En la mejor tradición del
lieder
romántico,
estos textos cantan al amor tal y como se entendía en el S.XIX, pero
son un mero soporte para lo que verdaderamente importa aquí: la
música.
Brahms,
compositor que desarrollaba con frecuencia pasajes de extrema
complejidad armónica (y subsiguiente belleza) , no hace aquí
intrincadas progresiones formales, apuesta por la simplicidad. Pero
una simplicidad externa y aparente, ya que se encarga de ornamentar
profusamente su interior. Brahms aprovecha la amplitud de registros
que le concede contar las voces que conforman un coro completo y dos
pianistas para dotar a su obra de la robustez que le caracteriza.
Así, el campo sonoro que abarcan estos valses es amplio y de una
compacidad perfecta. Esta compacidad podría resultar fría si no
estuviese integrada por melodías del más afinado refinamiento, algo
que al compositor no se le escapa. De esta forma, nos vemos atraídos
por un cuerpo melódico de radiante belleza y aspecto ligero. Al
explorar ese cuerpo descubrimos que su belleza no es tan liviana, ni
pasajera. No está hueca, sino que guarda dentro un fondo de
admirable equilibrio. Esta combinación ponderada de encanto exterior
y profundidad interior (no sobra ni falta una sola nota) es lo que
hace que los Liebesliederwalzer
te
seduzcan una vez y desde entonces no hagan más que crecer en cuanto
a la emoción que suscitan. Son piezas harto delicadas y sentidas,
con un montón de recovecos armónicos donde perderse, de giros
vocales que erizan la piel.
Neueliebesliederwalzer op.65
#15: Zum Schluss, sobre un texto de Goethe
#15: Zum Schluss, sobre un texto de Goethe
Os invito a
quedar deslumbrados por el brillo de estas pequeñas gemas, extraídas
de la mejor cantera y talladas en el mejor taller. El resultado es de
la más depurada exquisitez.
Addenda:
Brahms completó su cuerpo de pequeños valses con otro cuaderno de
16 piezas escritas para piano a cuatro manos, sin voz, aunque con el
mismo carácter que los liebesliederwalzer.
Son también algo de lo más extraordinario que puede escucharse. No
los dejéis pasar.
No he encontrado en youtube una versión completa y decente del cuaderno "Neue liebeslieder walzer", quizás porque en Alemania (desde donde edito ahora mismo) se hallan bloqueados muchos vídeos. Por eso he enlazado únicamente la pieza de cierre.
ResponderEliminarTampoco la he encontrado del cuaderno de valses para piano a 4 manos, así que he dejado una selección.
De todos modos, todas estas obras se pueden encontrar completas y en buenas versiones en Spotify.