lunes, 10 de diciembre de 2012

El día que me enamoré del cine


Es habitual que a los devotos de determinadas materias se les pregunte cuál fue el origen, el motivo, el detonante de tal devoción. Las respuestas, según quién sea el sujeto interrogado, varían notablemente, pero  casi siempre se tiende a conceder el mérito a algo medianamente conocido pero que sea particular o no esté demasiado sobado,  como queriendo demostrar que ya desde el principio se tenía al respecto un cierto criterio y personalidad. Por desgracia, esto casi nunca es cierto. Por lo menos, no del todo. Muchos empezamos por lo más básico, lo universalmente conocido, generalmente también reconocido. Nada hay de malo en ello, más aún cuando sobran los motivos por los que el detonante en cuestión haya alcanzado ese reconocimiento universal, y todavía más cuando gracias a él nos adentramos en ese mundo que tantas satisfacciones nos depara. 

En mi caso, tengo muy claro cuál fue el día en que me enamoré del cine. Fue el 12 de enero de 2002, tras haber asistido por primera vez a la proyección en pantalla grande de El señor de los anillos: la Comunidad del Anillo

 Cartel original de "La comunidad del anillo"

Ya durante mi infancia en la década de los 90 sentía algo que me agradaba sobremanera cuando acudíamos en familia al multisalas que por entonces había en Toledo, el hoy desaparecido María Cristina. Esperar la cola frente a la taquilla con la incertidumbre de que en cualquier momento pudiesen colgar en el cartel de “entradas agotadas”, bajar las escaleras de acceso a la sala, comprar las pertinentes chucherías o palomitas, acomodarse en las butacas, escuchar los timbres de aviso y finalmente asistir al apagado de las luces y el encendido de la pantalla eran rituales que disfrutaba y con los que me sentía a gusto. Aunque, por supuesto, lo mejor venía después. Es difícil definirlo, pero por aquél entonces sentía que había algo en aquella forma de sucederse las imágenes y combinarse con los sonidos y la música que me llenaba, que me hacía sentir satisfecho y realizado. Esa sensación era independiente de la historia que me estuvieran contando, residía en la forma en que me contaban esa historia, aunque estaba íntimamente ligado a ella. Lo mismo me ocurría con gran parte de las películas que disfrutaba en casa una y otra vez. 
Durante varios años te martillean insistentemente en la escuela con el falso tópico de que la literatura es la única que de verdad fomenta la imaginación, de que el cine es un remedo pobre para aquellos niños vagos que no quieren aprender y carecen de la paciencia necesaria para degustar un libro. Aunque nunca tuve problema para aficionarme a la lectura (no me faltaron incentivos), cuando empecé a notar que había cosas en el cine que la literatura no me podía dar y que me sentía más atraído por ellas, no pude dejar de preguntarme por qué era así, cuando supuestamente debía sentirme mucho más complacido leyendo. Esto quizás no me hubiera sucedido de no ser por esta idea tonta que circula en los colegios, por desgracia a veces la única forma de convencer a algunos despistados de que leer es más que necesario. En cualquier caso, todas mis dudas al respecto de si verdaderamente el cine merecía o no enamorarse de él quedaron disipadas ese 12 de enero, tras haber visto reunidas, exprimidas y multiplicadas todas las virtudes de este arte. 


Pongámonos en situación: a punto de cumplir 13 años y con la curiosidad bien despierta, me encontraba en el momento idóneo para enfrascarme en la lectura de la obra magna de J.R.R Tolkien. El entonces próximo estreno de la adaptación de Peter Jackson propició que me regalaran la novela y fácilmente quedara prendado del riquísimo y excitante mundo que la constituye.  Aun ardiendo en deseos de ver la película, tuve la paciencia de esperar a terminar de leer la primera parte antes de acercarme a la sala de cine. Cuando por fin lo hice, no sólo me encontré ante una traslación asombrosamente exacta de ese mundo que tanto me estaba encandilando, sino con una explosión de escenas arrolladoras que me clavaron a la butaca como nunca antes otra película había conseguido. Allí estaba todo. Toda la emoción, el espectáculo, el movimiento, el color, la acción, la vistosidad. Todo lo que me satisfacía del cine y lo que podía pedirle a una película estaba ahí. Toda la fuerza y el poder que el lenguaje audiovisual puede ejercer.


Espectacularidad e intimismo en perfecta combinación,
los ingredientes necesarios para lograr cine épico de primer nivel



El entusiasmo adolescente hizo que durante un tiempo venerara y encumbrara por encima de todas las obras el original literario de Tolkien y la maravillosa trilogía de Jackson, que por supuesto era mi figura de referencia entre los directores. Durante unos años revisé y analicé incontables veces los recovecos de cada una de las tres películas, para quedar cada vez más convencido de que eran algo casi milagroso. Aún hoy sigo revisándolas aproximadamente una vez al año, y aunque puedo sentirme orgulloso de lo que ha crecido mi bagaje cinematográfico y mis inquietudes ahora van mucho más allá del tradicional relato épico, siguen detentando sobre mí un extraño poder de fascinación. Cada vez que las veo regreso a ese precioso momento en que descubrí que necesitaba el cine, en que cada nueva película que veía me sorprendía con nuevas perspectivas, me ampliaba horizontes, me infundía nueva inspiración. Algunas de esas cintas que vi por entonces ahora han bajado en consideración o han sido desplazadas por otras de mayor calado e importancia. Pero ya no puedo enfocar la visión de una nueva película con ese espíritu tan abierto y receptivo, sino con la resabiada reserva de quien ya cree conocer el truco porque lo ha visto realizar muchas veces. Y sin embargo, debo dar gracias por haber llegado a este punto. 


Una película para abrirme las puertas del cine


Gracias a La comunidad del anillo y no a cualquier otra cinta de vocación más trascendente, empecé a comprar revistas, a consultar análisis y crítica en periódicos e Internet. Lo que al principio fue Cinemanía y Fotogramas fue después Cahiers, Dirigido por y miradas.net. Cartelera TVE pronto me condujo a Días de cine.   Lo que empezó en el María Cristina y en Cinesur Luz del Tajo, en Toledo, pasó a ser Golem, Renoir y Verdi, en Madrid. Primero estuvieron Jackson, Spielberg, Lucas. Pero luego llegaron Kubrick y Fellini, Kurosawa, Buñuel y Welles,  los dos David (Lean y Lynch), Billy Wilder y Woody Allen, Hitchcock, Bergman ,Chaplin, Coppola y Scorsese, Polanski, Lars von Trier, Tarantino y Paul Thomas Anderson, Fincher,  los Coen, Wong Kar-Wai, Ang Lee, Visconti, Bertulocci, Mankiewicz, Lumet, Penn ...y tantos, tantos otros que sería excesivo referir aquí. Gracias a La comunidad del anillo me convencí de que si exploraba este mundo iba a realizar fabulosos hallazgos, y así ha sido. Así espero que sea mientras continúo desvelando lo mucho que me queda por ver.




Tras el estreno de 'El retorno del rey',
el director Peter Jackson y prácticamente todo el equipo
de producción de la trilogía vieron recompensada su labor
en forma de Oscar.



Creo que objetivamente se puede considerar que el tiempo está tratando bien a la trilogía de los anillos y la va colocando en el lugar de los clásicos. De muchos otros films y sagas del estilo surgidas a rebufo de su éxito muchos ya se han olvidado, pero ésta continúa siendo una referencia. No es para menos. Creo sinceramente que desde entonces nadie ha conseguido dar con la proporción tan armónica con que atiende por igual a épica e intimismo, tomándose su tiempo para pulir los personajes, o igualar el nivel de claridad en la exposición de batallas y secuencias de acción que redunda en su enorme variedad y capacidad de asombro, o la sutileza con que entrelaza líneas narrativas e inserta flashbacks y flashforwards continuamente casi sin que nos demos cuenta. Me duele que algunos se queden sólo con las concesiones de humor o lágrima fácil para el gran público (que las hay), con ciertas escenas de carácter más decididamente comercial o algunas irregularidades aisladas como excusa para no colocar a estas películas junto a los grandes logros cinematográficos de todos los tiempos. Pero lo cierto es que a pesar de estas escenas, las películas se fortalecen vistas en su conjunto, con el transcurrir de los minutos (algo que no es habitual, especialmente en metrajes tan largos, pero que cuando ocurre resulta estupendo) hasta dejar al espectador complacido y ebrio (de buen cine). Lo digo con el corazón en la mano, creo que estas películas pueden y deben tutearse con los grandes espectáculos de Lean y Kurosawa, Wyler y deMille. Supongo que por fortuna esto ocurrirá cuando los críticos de mi generación, los que entraron al cine por esta puerta, adquieran suficiente respeto y veteranía. 

por fin llega 'El Hobbit' a la gran pantalla


Al margen de esto, espero con las expectativas disparadas que el inminente estreno de El Hobbit vuelva a sumergirme en la sala de cine con la misma virginidad de visión que hace 11 años, cuando casi todo me era nuevo, que vuelva a hacerme vibrar gozoso en la butaca, que me haga de nuevo sentir ese adolescente que confirma que, desde entonces y (con toda probabilidad) para siempre, el cine será una de sus grandes pasiones. 

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