Notando
que llevaba ya bastante tiempo sin desvelar ninguna responsable de mi
amor por la música clásica, he decidido que era hora de
continuar el ciclo, en este caso acercándolo por primera vez
al que fue mi instrumento durante los tiempos del conservatorio: el
piano (aún hoy aspiro a tocarlo de forma medianamente
decente). Aunque su condición
de instrumento total (con su capacidad polifónica y su enorme
cobertura de registros) le ha permitido mantener una posición
privilegiada a lo largo de la historia (nunca se ha dejado de
componer para él) y aunque el catálogo de obras a
disposición de los pianistas es inacabable, al final no son
tantas las que reaparecen con insistencia en los programas y todo el
mundo sueña con tocar. De las que lo hacen, la gran mayoría
pertenecen a la misma pluma: la de Frederic Chopin.
El famosísimo daguerrotipo de Chopin
Es
bastante común entre músicos bromear con el supuesto
amor desmedido que los pianistas profesan al polaco, así como
criticar que con frecuencia incluyan en conciertos piezas suyas
porque no tienen otra cosa con que rellenar el programa. Tonterías
aparte, su música, quizá el más modélico
estandarte del sentir romántico, con su delicado lirismo, su
apasionada transparencia y su innegable belleza, nunca dejará
de atraparnos por más que nos la sepamos de memoria. Hablando
ya no a nivel auditivo sino interpretativo, tocar Chopin es una
delicia. A pesar de las dificultades técnicas que presenta su
obra, nadie como él consiguió que la mano se sienta tan
cómoda, natural y libre cuando se mueve por las teclas.
Chopin
nunca fue muy amigo de las formas preestablecidas y por ello cultivó
casi siempre las libres, donde podía transcribir con fidelidad
el dictado de su sentimiento, que era cambiante y caudaloso pero
siempre brillante (aún en sus pasajes más oscuros
siempre queda un rescoldo de luz). Así, escribió pocas
sonatas y sí muchos valses y nocturnos, mazurcas, scherzos y
sus ineludibles estudios, entre muchas otras. Pero considero
personalmente que el mayor grado de perfección lo alcanzó
en sus 4 baladas, obras que quizás sean lo más sublime
que se ha escrito nunca para piano. Pocos hay que no hayan grabado u
ofrecido en concierto su versión de ellas, son piezas
maravillosas que todo el mundo quiere hacer suyas. Para ilustrar la
entrada he elegido versiones de grandes intérpretes, pero hay
miles donde elegir, y sorprende lo muy distintas que pueden llegar a
ser entre sí.
Mi
primer contacto con las baladas de Chopin se produjo en un concierto
especial que dieron en llamar Las
Cartas de Chopin.
Durante el mismo se alternaron lecturas de diversas epístolas
del compositor con interpretaciones de sus obras a cargo de dos
pianistas (Ludmil Angelov y Barbara Hesse). Entre ellas se encontraba
la Balada nº3,
durante mucho tiempo mi preferida del conjunto y la única que
he llegado a tocar. Un tiempo después caería prendado
de la nº1
(quizá
la más famosa), cerrando el ciclo con la nº2
y
por último la nº4.
A
pesar de haberse escrito independientemente y en años
diferentes, las 4 muestran una indisoluble unidad de conjunto, en
cuanto a coherencia de motivos temáticos y sonoridades, siendo
cada una perfecto complemento de las otras tres. Me gusta considerar
las baladas como una especie de cuatro
estaciones
de Chopin:
Compuesta
entre 1835 y 1836, es la viva imagen del otoño. Por momentos
casi se pueden ver alfombras de hojas removidas por el viento en sus
melancólicas figuraciones. El pasaje de octavas que la abre,
uno de los más reconocibles de la historia de la música,
viaja desde un fundamental y básico Do hasta un interrogante
fa#. Ni rastro de la tonalidad principal. Desde ese lugar extraño
empieza a desgranar un canto triste pero de una belleza extrema, que
se irá modelando y acrecentando con el desarrollo de la pieza.
Poco a poco, escalas arrebatadas irán cobrando protagonismo
hasta hacerse con él definitivamente en el impresionante
final. Es sin duda la más lucida y heroica de las cuatro
baladas, también la más bella. No es de extrañar
que Roman Polanski la eligiera para terminar de destrozar al
espectador en el momento cumbre de su obra maestra El pianista. En el vídeo,
podéis escucharla en versión de Martha Argerich.
Escrita
entre 1836 y 1839, es la más sencilla (en cuanto a estructura)
de las tres, basada en la confrontación de un tema sosegado y
campestre con otro diabólicamente enfurecido. El primero me
evoca un amplio campo cubierto por la nieve, de ahí que la
asocie al invierno. También el pasaje rápido tiene un
color frío y cortante, muy invernal. Uno y otro toman la
palabra alternativamente hasta desembocar en una calma reminiscencia
del comienzo, más taciturna ya que cambia la tonalidad a La
menor. En el vídeo, en versión de Krystian Zimermann.
De
1841, encantadoramente poética y colorida, representaría
la primavera. Presenta un largo tema introductorio que no vuelve a
hacer aparición hasta el final, totalmente cambiado de
carácter (de cálido y distendido a épico y
espectacular). Entre medias, el bucólico tema central transita
un sinfín de tonalidades y se va adornando y acelerando hasta
conducir al archiconocido pasaje climático que trae de cabeza
a todos cuantos tocan la pieza pero es de una belleza arrolladora.
Desde ahí, una contínua acumulación de sonido
pone la brillante y noble rúbrica de la pieza. En el vídeo,
en versión de Vladimir Ashkenazy (el pasaje en cuestión,
a partir de 5:40)
Data
de 1842 y es la más larga y enrevesada de las cuatro. También
la que más tarda en conquistar al oyente, quizá dada la
madurez de su escritura y su complejidad estructural. Melódicamente
remite a todas las anteriores, por lo que puede parecer a
priori una mera repetición
de ideas, cuando en realidad es una suma de todas ellas, un compendio
mejorado, un perfecto broche. La pieza es siempre cálida y
luminosa, puede emparejarse con el verano. Comienza con un tema
similar al de la nº2 en modo optimista, para después
remitir a la elegancia de la nº1 con
menor carga melancólica. Según se desarrolla, aparecen
capas de color que la emparentan con la nº3.
Motivos de unas y otras se entrelazan pero ante todo la pieza
mantiene una firme personalidad, siendo musicalmente la mejor de las
4. En el vídeo, en versión de Maurizio Pollini,
probablemente el mejor pianista en materia chopiniana.
Si cada uno escribiéramos tan sólo unas líneas acerca de las impresiones que nos evocan estas Baladas, se podrían hacer unos curiosos "cuartetos" casi pictóricos.
ResponderEliminar¡Bravo! Una nueva forma de ver/oir estas baladas. Un aliciente para volver a disfrutar del genio del piano. Gracias.
ResponderEliminarDoña Asteria