martes, 12 de febrero de 2013

Las Obras de mi Vida (IV): Baladas de Chopin




Notando que llevaba ya bastante tiempo sin desvelar ninguna responsable de mi amor por la música clásica, he decidido que era hora de continuar el ciclo, en este caso acercándolo por primera vez al que fue mi instrumento durante los tiempos del conservatorio: el piano (aún hoy aspiro a tocarlo de forma medianamente decente). Aunque su condición de instrumento total (con su capacidad polifónica y su enorme cobertura de registros) le ha permitido mantener una posición privilegiada a lo largo de la historia (nunca se ha dejado de componer para él) y aunque el catálogo de obras a disposición de los pianistas es inacabable, al final no son tantas las que reaparecen con insistencia en los programas y todo el mundo sueña con tocar. De las que lo hacen, la gran mayoría pertenecen a la misma pluma: la de Frederic Chopin. 

El famosísimo daguerrotipo de Chopin
 



Es bastante común entre músicos bromear con el supuesto amor desmedido que los pianistas profesan al polaco, así como criticar que con frecuencia incluyan en conciertos piezas suyas porque no tienen otra cosa con que rellenar el programa. Tonterías aparte, su música, quizá el más modélico estandarte del sentir romántico, con su delicado lirismo, su apasionada transparencia y su innegable belleza, nunca dejará de atraparnos por más que nos la sepamos de memoria. Hablando ya no a nivel auditivo sino interpretativo, tocar Chopin es una delicia. A pesar de las dificultades técnicas que presenta su obra, nadie como él consiguió que la mano se sienta tan cómoda, natural y libre cuando se mueve por las teclas.  



Chopin nunca fue muy amigo de las formas preestablecidas y por ello cultivó casi siempre las libres, donde podía transcribir con fidelidad el dictado de su sentimiento, que era cambiante y caudaloso pero siempre brillante (aún en sus pasajes más oscuros siempre queda un rescoldo de luz). Así, escribió pocas sonatas y sí muchos valses y nocturnos, mazurcas, scherzos y sus ineludibles estudios, entre muchas otras. Pero considero personalmente que el mayor grado de perfección lo alcanzó en sus 4 baladas, obras que quizás sean lo más sublime que se ha escrito nunca para piano. Pocos hay que no hayan grabado u ofrecido en concierto su versión de ellas, son piezas maravillosas que todo el mundo quiere hacer suyas. Para ilustrar la entrada he elegido versiones de grandes intérpretes, pero hay miles donde elegir, y sorprende lo muy distintas que pueden llegar a ser entre sí. 
 



Mi primer contacto con las baladas de Chopin se produjo en un concierto especial que dieron en llamar Las Cartas de Chopin. Durante el mismo se alternaron lecturas de diversas epístolas del compositor con interpretaciones de sus obras a cargo de dos pianistas (Ludmil Angelov y Barbara Hesse). Entre ellas se encontraba la Balada nº3, durante mucho tiempo mi preferida del conjunto y la única que he llegado a tocar. Un tiempo después caería prendado de la nº1 (quizá la más famosa), cerrando el ciclo con la nº2 y por último la nº4. A pesar de haberse escrito independientemente y en años diferentes, las 4 muestran una indisoluble unidad de conjunto, en cuanto a coherencia de motivos temáticos y sonoridades, siendo cada una perfecto complemento de las otras tres. Me gusta considerar las baladas como una especie de cuatro estaciones de Chopin:






Compuesta entre 1835 y 1836, es la viva imagen del otoño. Por momentos casi se pueden ver alfombras de hojas removidas por el viento en sus melancólicas figuraciones. El pasaje de octavas que la abre, uno de los más reconocibles de la historia de la música, viaja desde un fundamental y básico Do hasta un interrogante fa#. Ni rastro de la tonalidad principal. Desde ese lugar extraño empieza a desgranar un canto triste pero de una belleza extrema, que se irá modelando y acrecentando con el desarrollo de la pieza. Poco a poco, escalas arrebatadas irán cobrando protagonismo hasta hacerse con él definitivamente en el impresionante final. Es sin duda la más lucida y heroica de las cuatro baladas, también la más bella. No es de extrañar que Roman Polanski la eligiera para terminar de destrozar al espectador en el momento cumbre de su obra maestra El pianista. En el vídeo, podéis escucharla en versión de Martha Argerich.



 




Escrita entre 1836 y 1839, es la más sencilla (en cuanto a estructura) de las tres, basada en la confrontación de un tema sosegado y campestre con otro diabólicamente enfurecido. El primero me evoca un amplio campo cubierto por la nieve, de ahí que la asocie al invierno. También el pasaje rápido tiene un color frío y cortante, muy invernal. Uno y otro toman la palabra alternativamente hasta desembocar en una calma reminiscencia del comienzo, más taciturna ya que cambia la tonalidad a La menor. En el vídeo, en versión de Krystian Zimermann
 






De 1841, encantadoramente poética y colorida, representaría la primavera. Presenta un largo tema introductorio que no vuelve a hacer aparición hasta el final, totalmente cambiado de carácter (de cálido y distendido a épico y espectacular). Entre medias, el bucólico tema central transita un sinfín de tonalidades y se va adornando y acelerando hasta conducir al archiconocido pasaje climático que trae de cabeza a todos cuantos tocan la pieza pero es de una belleza arrolladora. Desde ahí, una contínua acumulación de sonido pone la brillante y noble rúbrica de la pieza. En el vídeo, en versión de Vladimir Ashkenazy (el pasaje en cuestión, a partir de 5:40)








Data de 1842 y es la más larga y enrevesada de las cuatro. También la que más tarda en conquistar al oyente, quizá dada la madurez de su escritura y su complejidad estructural. Melódicamente remite a todas las anteriores, por lo que puede parecer a priori una mera repetición de ideas, cuando en realidad es una suma de todas ellas, un compendio mejorado, un perfecto broche. La pieza es siempre cálida y luminosa, puede emparejarse con el verano. Comienza con un tema similar al de la nº2 en modo optimista, para después remitir a la elegancia de la nº1 con menor carga melancólica. Según se desarrolla, aparecen capas de color que la emparentan con la nº3. Motivos de unas y otras se entrelazan pero ante todo la pieza mantiene una firme personalidad, siendo musicalmente la mejor de las 4. En el vídeo, en versión de Maurizio Pollini, probablemente el mejor pianista en materia chopiniana.


2 comentarios:

  1. Si cada uno escribiéramos tan sólo unas líneas acerca de las impresiones que nos evocan estas Baladas, se podrían hacer unos curiosos "cuartetos" casi pictóricos.

    ResponderEliminar
  2. ¡Bravo! Una nueva forma de ver/oir estas baladas. Un aliciente para volver a disfrutar del genio del piano. Gracias.
    Doña Asteria

    ResponderEliminar