martes, 25 de diciembre de 2012

Las mejores canciones de 2012

Pretender estar al día de lo que se cuece hoy en el mundillo musical requiere escuchar una cantidad casi sobrehumana de trabajos de procedencias desperdigadas por todo lo largo y ancho del mundo, algunos de los cuales apenas tendrán la oportunidad de pasar del primer acercamiento. Pero esta tarea, no por ardua deja de resultar agradecida. Si se tiene la música por necesidad vital, el inabarcable horizonte que en la actualidad presenta Internet ante nuestros afortunados oídos alimenta y agranda a la vez la sed insaciable del buen melómano.

Al final de cada temporada a muchos nos gusta recapitular y aprovechar la elaboración de cuidadas listas para dar un repaso a lo que nos ha ido conquistando a lo largo de los meses y acercarse también a otras propuestas que no nos captaron en su momento pero podrán hacerlo con el tiempo. Después de todo eso, sólo un privilegiado grupo consigue evadir lo pasajero e instalarse para siempre en nuestra vida.
Por eso me gusta dar un merecido homenaje a las canciones que considero lo más granado del año. Evidentemente algunas comparten álbum con otras tan brillantes como ellas, pero adopto la política de conceder sólo una plaza por artista, en aras de que exista mayor diversidad.

Doy paso, pues, a mi top 10 de canciones de 2012.



Así lucen los chicos de Grizzly Bear


 10.-        Grizzly Bear: Yet Again

'Shields', el álbum del que 'Yet again' fue primer single, requiere varias escuchas para cimentarse dentro de nosotros. Como exponente más claro de lo que dicho álbum propone está esta canción de esmeradísimo desarrollo que reúne todas las virtudes que hacen de Grizzly Bear una de las formaciones más interesantes del momento.

Fanfarlo: Feathers

A Fanfarlo se les acusa de no aportar demasiado a la escena indie, en su vertiente derivada del pop barroco, a pesar de que casi todos les reconocen lo conseguido de sus canciones. Por eso, 'Rooms filled with light' ha pasado sin recibir grandes halagos pero también sin ser lapidado. Entre sus canciones está 'Feathers', una de esas que te entra a la primera y parece de disfute inofensivo hasta que descubres que da con la huidiza fórmula que hace que una canción lo tenga todo.

 La extraordinaria portada del
'Rooms filled with light' de Fanfarlo



La última en sumarse a este selecto club (a pesar de que fue publicada en enero) ha sido esta descarga rockera perpetrada por una superbanda (como se denomina a aquellas formadas por miembros sueltos de otras bandas preexistentes) de carácter progresivo que aquí  conjuga el clasicismo setentero con logros modernos como el 'The Wanting comes in Waves/Repaid' de los Decemberists, de la cual hereda la atrapante agresividad del dueto de voz masculina/femenina.



Los barceloneses se han colocado en primera línea este año con su obra de mayor madurez, donde se encuentran la destreza habitual de sus letras y una complejidad musical envidiable. Muchos cortes de 'L'amor feliç' podían haber figurado aquí. He elegido éste por ser el primero que me convenció de su enorme calidad, y por sacar tan jugoso partido de su ligero aire ochentero. 


M. Ward y Zooey Deschanel se han marcado
una maravilla de versión este 2012


A partir de aquí entramos en el terreno de las verdaderas BARBARIDADES de temas. Ha sido duro colocar unas por encima de otras cuando existe semejante nivel, pero no me quedó más remedio.

7.- First Aid Kit: King of the World

El animado cierre elegido por estas chicas suecas para su disco es una de esas canciones que pueden arreglarte cualquier día con su tremenda inyección de optimismo (empezando por la misma letra). Todo desprende luminosidad en esta auténtica fiesta donde es un grandísimo acierto la inclusión de esa voz masculina invitada que acaba de redondearlo todo.

6.- M. Ward: Sweetheart

La bestia parda que es M. Ward ha cogido una canción extremadamente lo-fi del Daniel Johnston que editaba álbumes como churros en cassette durante los 80 y la ha mejorado sustancialmente haciéndola suya, llevándosela al terreno del revival de los 60 y convirtiéndola en dueto con participación femenina. El resultado: una gozada y una delicia. 

Fotograma del vídeo para 'Gun has no trigger'


5.- Dirty Projectors: Gun has no Trigger

Esta formación no sólo es cool porque ésa sea su pose, sino porque realmente tienen un estilo y una elegancia que ya quisieran para sí otros popes de lo moderno. Es imposible escapar de canciones como 'Gun has no trigger' con esa voz endiabladamente sexy y esos coros tan irrestibles.



Una bomba de psicodelia es lo que es esta canción de antológica línea de bajo que te pone a bailar poseído y que es sin duda la gran píldora rock del año. No quiero dejar pasar la oprtunidad de enlazarla con el vídeo que la pone de fondo a una de las escenas cumbre del cine de animación de todos los tiempos. 

Psicoldelia, marca de la casa para Tame Impala


Y por último, ¡el podio!

Joshua Tillman es el responsable del mejor disco del año. Sus 12 temas son 12 diamantes. Podría, por tanto, haber escogido cualquiera de ellos para demostrarlo, y me he decantado por éste por ser uno de los menos conocidos y llevar dentro todo lo que hace a tan grande a este trabajo. Si no ocupa el número uno es porque lo que queda por encima es DEMASIADO, a pesar de pertenecer a conjuntos un punto menos espléndidos. Dos medallas para Father John Misty, bronce individual, oro de conjunto.

Joshua Tillman/ Father John Misty: responsable del mejor disco del año


Esta canción me ganó desde la primera vez. Es sublime. Voz, guitarras, ritmo, sentimiento. Todo en ella es simple y llanamente cautivador. Medalla de plata. 


Ahí lo tienen: el tipo que ha conseguido
 los mejores minutos musicales del año

1.- Dan Deacon: USA

Y reservo la medalla de oro para una suite que aparece dividida en 4 cortes en su álbum pero es eso, una suite unitaria. Dan Deacon cierra su magnífico 'America' con un viaje de título definitivo: USA, cuyo contenido es si cabe aún más definitivo. Todo un logro del género progresivo que deja en evidencia a tantos venerados artistas de la moderna electrónica que son poco más que pose. Aquí hay un desarrollo caudaloso de un tema, un concepto desarrollado, una demostración de poderío instrumental mostrada con seguridad, una catarata sensitiva, un derroche de talento. Dan Deacon ha alcanzado la cumbre de su genio con estos vibrantes 21:50 minutos que son pura épica. Al escucharlo todo seguido se multiplica la gloria de ESE último minuto.

 Con los paisajes sonoros de Dan Deacon, 
despido las listas musicales hasta el año que viene




viernes, 21 de diciembre de 2012

'La vida de Pi': Una tesis peligrosa

Nuevo artículo, reseña o como queráis llamarlo para la revista hypérbole. En esta ocasión analizando algunos de los problemas de la tesis presentada en 'La Vida de Pi', primero novela de Yann Martel y ahora película de uno de mis directores favoritos de la actualidad, Ang Lee, del que hace poco se publicó este fantástico artículo.

El mío podéis encontrarlo aquí:

http://hyperbole.es/2012/12/la-vida-de-pi-una-tesis-peligrosa/

miércoles, 12 de diciembre de 2012

Los mejores discos de 2012


Siempre que se acerca el fin de año conviene hacer el pertinente compendio de lo cosechado durante los doce meses anteriores, dar un veredicto acerca de lo que ha sido y ha supuesto la temporada que acaba. A los que amamos las listas, tan propicias de publicar por estas fechas, nos gusta fabricar las nuestras propias a pesar de conocer sobradamente su inutilidad, y dar así a conocer a los demás qué cosas han sido las que nos han resultado más convincentes a lo largo de este tiempo. Al contrario de lo que haré con la lista de canciones, colocadas en riguroso orden, con los discos me limito a referir algo acerca de aquellos que considero los mejores del año, por orden alfabético y sin establecer jerarquías. Al fin y al cabo, lo importante es acercarse a ellos y disfrutarlos.


CALEXICO- ALGIERS





Calexico han mantenido desde siempre una discreta línea de evolución, sin hacer ruido pero sin tropezar: no tienen un solo mal disco. Poco a poco han ido construyendo y moldeando una personalidad sonora tan sólida y definida como reconocible, asentada en la visión melancólica del polvoriento paso fronterizo entre México y Estados Unidos, con ocasionales levantamientos de vista hacia otros horizontes. Para Algiers, su séptimo álbum de estudio, se trasladaron a Nueva Orleans en busca de nuevos aires de inspiración. Dicen (y es cierto) que el disco apenas sabe a esta ciudad, que poco o nada le ha afectado el cambio a la banda. Lo mismo da: es una colección de temas llenos de sensibilidad serena, sin fisuras, sin aspavientos ni grandes pretensiones, de esos que se saborean pausadamente y con sumo gusto, que a lo largo de las escuchas van aposentándose y revelándose fundamentales. Hay una edición especial de este disco que viene acompañada de un directo con la Orquesta Sinfónica de la Radio de Viena, y que es toda una delicia de principio a fin.




El panorama de la electrónica actual es tan extenso que cuesta delimitar sus contornos. Por él pasan desde el dubstep más minimalista a las grandes estrellas de la pista de baile. Un mundo de contrastes y diversidad donde conviene destacar y llamar por su nombre a los verdaderos artistas. Uno de ellos es Dan Deacon, poseedor de una enloquecida fábrica de sonoridades a la que con frecuencia deja desatarse. Hasta ahora, los resultados, aunque siempre excitantes, no estaban del todo bajo control. Con America, título tan definitivo como peligroso, Dan Deacon consigue atrapar la parte de genio que se le escapaba y entrega una obra incontestable. Los 5 temas que conforman la cara A se muestran decididos y sorprendentes en su habilísima mixtura de timbres, pero la suite que ocupa la cara B, de título USA, los dispara creando un paisaje fascinante, un viaje a través de un torrencial río de colores y matices que desemboca en una catarata épica, dejando al oyente tan complacido como exhausto.




Ya escribí en su día sobre este estupendo disco en la revista hypérbole, así que enlazo de nuevo el texto correspondiente. No creo que sea necesario añadir mucho más: es un álbum fresco, moderno, sexy. Bien se disfruta con cada nuevo bocado.



También reseñé esta maravilla en hypérbole, con un texto que podéis leer aquí. Y tampoco es necesario añadir más, tan sólo indicar que ningún disco de esta cosecha alcanza picos de emotividad tan sentida y bella como éste. Es el trabajo más delicado y sublime del año. Digámoslo ya, es el mejor.


Este dúo de chicas suecas ha demostrado que se puede trabajar con la calma de la madurez estando aún bien lejos de ella (la mayor de las dos nació en 1990). Mirando con honestidad hacia el folk clásico y sin ninguna clase de imposturas, logran en The Lion's Roar un conjunto de canciones armoniosas y aterciopeladas pero nada empalagosas, que se despliegan a lo largo del álbum con la misma tranquilidad con que están compuestas y conforman un remanso cálido y acogedor.


GRIZZLY BEAR- SHIELDS






Los privilegiados miembros de este cuarteto neoyorkino son de los que mejor entienden y practican el díscolo concepto de modernidad. Sus itinerarios musicales nunca son fáciles ni obvios. De pocos grupos puede decirse hoy día, pero Grizzly Bear suenan a poco más que a sí mismos. Después de domarse en su anterior trabajo, Veckatimest, obra mayor que sin embargo no adquiere su tamaño inmediatamente, han dado un paso más en cuanto a sonoridad y añadido capas a su desnudez anterior. Paso necesario y dado en la buena dirección. No se han preocupado tanto por las virguerías a varias voces o por dar con el riff más raro a la par que atractivo. Han preferido que eso les venga de serie. Puede que por ello este Shields no sea tan sólido en el conjunto como su predecesor, pero nuevamente las escuchas agrandan sus dimensiones. Siempre hay un nuevo detalle sorprendente esperándote en cualquier canción que ya creías conocer. Y eso lo vuelve un disco renovable, sin fecha de caducidad, algo que en estos tiempos sólo verdaderos talentos como los de este grupo pueden lograr.




Varios titanes del rock de todos los tiempos sin nada que demostrar han alumbrado nuevas obras este 2012: los Beach Boys, sin demasiada fortuna con That's why God made the Radio; Neil Young, por partida doble con Americana y Psychedelic Pill; el mismísimo Bob Dylan, a lo grande con Tempest; los Rolling Stones y la ELO en forma de canciones sueltas; y quien nos ocupa. Old Ideas tuvo una recepción magnífica cuando se publicó a principios de año (no es para menos), aunque al final quien ha acabado acaparando mayores parabienes ha sido Dylan. A pesar de ello (y de que Tempest es un gran disco), prefiero la intimidad, la dolorosa profundidad y la contención del álbum de Cohen, quien cerca de ser octogenario sabe sacar brillo a lo que le resta de voz envolviéndola en unos arreglos exquisitos, impregna todo de alma y nos hace un generoso regalo (el enésimo en su discografía) a quienes lo escuchamos.



M. Ward es uno de esos músicos agraciado por lo poco masivo de su fama, lo que conlleva una ausencia de presión a la hora de plantear su trabajo que es probablemente lo que acaba volviéndolo tan bueno. Ward va por libre, tan pronto versiona a Louis Armstrong como a Daniel Johnston, tan pronto escribe un animado tema de esencia retro como una balada acústica triste a lo Elliott Smith. Hace todo esto y lo mezcla con talento y habilidad, con delicadeza y sabiduría. El resultado es A Wasteland Companion, un estupendo conjunto de canciones de lo más suculento.



Ni Love of Lesbian ni Klaus&Kinski ni La Habitación Roja: el disco nacional del año está, una vez más, cantado en catalán, y no es otro que el sexto trabajo de Mishima, el mejor de esta banda barcelonesa que había desarrollado anteriormente una interesantísima carrera, pero que alcanza aquí la completa madurez de estilo. Las canciones de L'amor feliç mantienen la calidad melódica que caracteriza al grupo pero van un paso más allá: empiezan de una manera para metamorfosearse a mitad y acabar siendo otra cosa completamente distinta. Estos cambios no minan su acabado final sino que lo hacen notablemente más gozoso e interesante. L'amor feliç es un álbum que fluye sin altibajos, desgranando progresivamente sus perlas de extraño brillo y creciendo a cada escucha.



Radiation City es un grupo de nuevo cuño que tiene un futuro prometedor si la suerte le acompaña. Cuentan con un muy estimable larga duración, pero cuando verdaderamente han demostrado un talento superior al de la media ha sido con el EP Cool Nightmare, una de esas obras de pequeño formato que hacen de esta pequeñez su mayor virtud: apenas 5 canciones (7 si contamos las coletillas de introducción y cierre) y 21 minutos de duración. Justos y suficientes para elaborar un microcosmos del indie-pop más encantador, donde las voces masculinas y femeninas juegan en un entorno repleto de gráciles toques instrumentales. Una miniatura que conviene guardar con el mimo con el que ha sido fabricada.



Este disco sólo es recomendable para los oídos más formados y abiertos. Empezando por su descomunal extensión (dura 2 horas) y continuando por su consciente carácter vanguardista, por momentos totalmente integrado en la música culta contemporánea, The Seer es un mamotreto que sólo convencerá a quienes sepan de verdad que todo sonido casado secuencial y ordenadamente entre otros puede ser, y de hecho es, música. Es un disco de gran agresividad, basado en la acumulación de murallas sonoras dispuestas a penetrarte el cerebro y de paso, despertarle zonas dormidas. Una de esas obras impredecibles para las que conviene estar dispuesto a todo antes de adentrarse. El resultado es arrollador. Sólo hay un problema: ya se había hecho algo de estas características cuarenta años antes. ¿Alguien se acuerda de 666, la obra capital de Aphrodite's Child?

lunes, 10 de diciembre de 2012

El día que me enamoré del cine


Es habitual que a los devotos de determinadas materias se les pregunte cuál fue el origen, el motivo, el detonante de tal devoción. Las respuestas, según quién sea el sujeto interrogado, varían notablemente, pero  casi siempre se tiende a conceder el mérito a algo medianamente conocido pero que sea particular o no esté demasiado sobado,  como queriendo demostrar que ya desde el principio se tenía al respecto un cierto criterio y personalidad. Por desgracia, esto casi nunca es cierto. Por lo menos, no del todo. Muchos empezamos por lo más básico, lo universalmente conocido, generalmente también reconocido. Nada hay de malo en ello, más aún cuando sobran los motivos por los que el detonante en cuestión haya alcanzado ese reconocimiento universal, y todavía más cuando gracias a él nos adentramos en ese mundo que tantas satisfacciones nos depara. 

En mi caso, tengo muy claro cuál fue el día en que me enamoré del cine. Fue el 12 de enero de 2002, tras haber asistido por primera vez a la proyección en pantalla grande de El señor de los anillos: la Comunidad del Anillo

 Cartel original de "La comunidad del anillo"

Ya durante mi infancia en la década de los 90 sentía algo que me agradaba sobremanera cuando acudíamos en familia al multisalas que por entonces había en Toledo, el hoy desaparecido María Cristina. Esperar la cola frente a la taquilla con la incertidumbre de que en cualquier momento pudiesen colgar en el cartel de “entradas agotadas”, bajar las escaleras de acceso a la sala, comprar las pertinentes chucherías o palomitas, acomodarse en las butacas, escuchar los timbres de aviso y finalmente asistir al apagado de las luces y el encendido de la pantalla eran rituales que disfrutaba y con los que me sentía a gusto. Aunque, por supuesto, lo mejor venía después. Es difícil definirlo, pero por aquél entonces sentía que había algo en aquella forma de sucederse las imágenes y combinarse con los sonidos y la música que me llenaba, que me hacía sentir satisfecho y realizado. Esa sensación era independiente de la historia que me estuvieran contando, residía en la forma en que me contaban esa historia, aunque estaba íntimamente ligado a ella. Lo mismo me ocurría con gran parte de las películas que disfrutaba en casa una y otra vez. 
Durante varios años te martillean insistentemente en la escuela con el falso tópico de que la literatura es la única que de verdad fomenta la imaginación, de que el cine es un remedo pobre para aquellos niños vagos que no quieren aprender y carecen de la paciencia necesaria para degustar un libro. Aunque nunca tuve problema para aficionarme a la lectura (no me faltaron incentivos), cuando empecé a notar que había cosas en el cine que la literatura no me podía dar y que me sentía más atraído por ellas, no pude dejar de preguntarme por qué era así, cuando supuestamente debía sentirme mucho más complacido leyendo. Esto quizás no me hubiera sucedido de no ser por esta idea tonta que circula en los colegios, por desgracia a veces la única forma de convencer a algunos despistados de que leer es más que necesario. En cualquier caso, todas mis dudas al respecto de si verdaderamente el cine merecía o no enamorarse de él quedaron disipadas ese 12 de enero, tras haber visto reunidas, exprimidas y multiplicadas todas las virtudes de este arte. 


Pongámonos en situación: a punto de cumplir 13 años y con la curiosidad bien despierta, me encontraba en el momento idóneo para enfrascarme en la lectura de la obra magna de J.R.R Tolkien. El entonces próximo estreno de la adaptación de Peter Jackson propició que me regalaran la novela y fácilmente quedara prendado del riquísimo y excitante mundo que la constituye.  Aun ardiendo en deseos de ver la película, tuve la paciencia de esperar a terminar de leer la primera parte antes de acercarme a la sala de cine. Cuando por fin lo hice, no sólo me encontré ante una traslación asombrosamente exacta de ese mundo que tanto me estaba encandilando, sino con una explosión de escenas arrolladoras que me clavaron a la butaca como nunca antes otra película había conseguido. Allí estaba todo. Toda la emoción, el espectáculo, el movimiento, el color, la acción, la vistosidad. Todo lo que me satisfacía del cine y lo que podía pedirle a una película estaba ahí. Toda la fuerza y el poder que el lenguaje audiovisual puede ejercer.


Espectacularidad e intimismo en perfecta combinación,
los ingredientes necesarios para lograr cine épico de primer nivel



El entusiasmo adolescente hizo que durante un tiempo venerara y encumbrara por encima de todas las obras el original literario de Tolkien y la maravillosa trilogía de Jackson, que por supuesto era mi figura de referencia entre los directores. Durante unos años revisé y analicé incontables veces los recovecos de cada una de las tres películas, para quedar cada vez más convencido de que eran algo casi milagroso. Aún hoy sigo revisándolas aproximadamente una vez al año, y aunque puedo sentirme orgulloso de lo que ha crecido mi bagaje cinematográfico y mis inquietudes ahora van mucho más allá del tradicional relato épico, siguen detentando sobre mí un extraño poder de fascinación. Cada vez que las veo regreso a ese precioso momento en que descubrí que necesitaba el cine, en que cada nueva película que veía me sorprendía con nuevas perspectivas, me ampliaba horizontes, me infundía nueva inspiración. Algunas de esas cintas que vi por entonces ahora han bajado en consideración o han sido desplazadas por otras de mayor calado e importancia. Pero ya no puedo enfocar la visión de una nueva película con ese espíritu tan abierto y receptivo, sino con la resabiada reserva de quien ya cree conocer el truco porque lo ha visto realizar muchas veces. Y sin embargo, debo dar gracias por haber llegado a este punto. 


Una película para abrirme las puertas del cine


Gracias a La comunidad del anillo y no a cualquier otra cinta de vocación más trascendente, empecé a comprar revistas, a consultar análisis y crítica en periódicos e Internet. Lo que al principio fue Cinemanía y Fotogramas fue después Cahiers, Dirigido por y miradas.net. Cartelera TVE pronto me condujo a Días de cine.   Lo que empezó en el María Cristina y en Cinesur Luz del Tajo, en Toledo, pasó a ser Golem, Renoir y Verdi, en Madrid. Primero estuvieron Jackson, Spielberg, Lucas. Pero luego llegaron Kubrick y Fellini, Kurosawa, Buñuel y Welles,  los dos David (Lean y Lynch), Billy Wilder y Woody Allen, Hitchcock, Bergman ,Chaplin, Coppola y Scorsese, Polanski, Lars von Trier, Tarantino y Paul Thomas Anderson, Fincher,  los Coen, Wong Kar-Wai, Ang Lee, Visconti, Bertulocci, Mankiewicz, Lumet, Penn ...y tantos, tantos otros que sería excesivo referir aquí. Gracias a La comunidad del anillo me convencí de que si exploraba este mundo iba a realizar fabulosos hallazgos, y así ha sido. Así espero que sea mientras continúo desvelando lo mucho que me queda por ver.




Tras el estreno de 'El retorno del rey',
el director Peter Jackson y prácticamente todo el equipo
de producción de la trilogía vieron recompensada su labor
en forma de Oscar.



Creo que objetivamente se puede considerar que el tiempo está tratando bien a la trilogía de los anillos y la va colocando en el lugar de los clásicos. De muchos otros films y sagas del estilo surgidas a rebufo de su éxito muchos ya se han olvidado, pero ésta continúa siendo una referencia. No es para menos. Creo sinceramente que desde entonces nadie ha conseguido dar con la proporción tan armónica con que atiende por igual a épica e intimismo, tomándose su tiempo para pulir los personajes, o igualar el nivel de claridad en la exposición de batallas y secuencias de acción que redunda en su enorme variedad y capacidad de asombro, o la sutileza con que entrelaza líneas narrativas e inserta flashbacks y flashforwards continuamente casi sin que nos demos cuenta. Me duele que algunos se queden sólo con las concesiones de humor o lágrima fácil para el gran público (que las hay), con ciertas escenas de carácter más decididamente comercial o algunas irregularidades aisladas como excusa para no colocar a estas películas junto a los grandes logros cinematográficos de todos los tiempos. Pero lo cierto es que a pesar de estas escenas, las películas se fortalecen vistas en su conjunto, con el transcurrir de los minutos (algo que no es habitual, especialmente en metrajes tan largos, pero que cuando ocurre resulta estupendo) hasta dejar al espectador complacido y ebrio (de buen cine). Lo digo con el corazón en la mano, creo que estas películas pueden y deben tutearse con los grandes espectáculos de Lean y Kurosawa, Wyler y deMille. Supongo que por fortuna esto ocurrirá cuando los críticos de mi generación, los que entraron al cine por esta puerta, adquieran suficiente respeto y veteranía. 

por fin llega 'El Hobbit' a la gran pantalla


Al margen de esto, espero con las expectativas disparadas que el inminente estreno de El Hobbit vuelva a sumergirme en la sala de cine con la misma virginidad de visión que hace 11 años, cuando casi todo me era nuevo, que vuelva a hacerme vibrar gozoso en la butaca, que me haga de nuevo sentir ese adolescente que confirma que, desde entonces y (con toda probabilidad) para siempre, el cine será una de sus grandes pasiones. 

lunes, 5 de noviembre de 2012

jueves, 11 de octubre de 2012

Las Obras de mi Vida (III): Liebesliederwalzer


Tercera entrega sobre aquellas obras que no debéis perderos

Tengo que reconocer que durante los tiempos de mi formación musical nunca me sentí especialmente atraído por el género vocal. Ni las piezas para cantantes solistas ni la ópera conseguían captar mi atención del modo que lo hacían las obras instrumentales. No es que me pareciesen inferiores, es que no me atrapaban, hecho al que nunca concedí demasiada importancia. Sólo los coros, con toda su magnificencia, se libraban de este desinterés por mi parte.
El paso del tiempo, por desgracia, no ha modificado sustancialmente esto. Casi siempre que he de elegir entre varias grabaciones que puedo escuchar acabo optando por aquellas sin presencia de voz. Pura manía personal. Creo que dejarse penetrar por los sonidos de la voz humana y por las formas melódicas propias del canto lírico más puro requiere una madurez perceptiva que quizás aún no haya adquirido. Todo ello a pesar de que poco a poco continúo dejándome seducir por las arias de ópera y ya he caído entregado ante más de un lied.


Johannes Brahms, protagonista de esta tercera entrega

Por todo esto que acabo de referir resulta aún más llamativo que los cuadernos Liebesliederwalzer y Neueliebesliederwalzer, compuestos ambos por Johannes Brahms, me pareciesen algo de otro planeta desde la primera vez que los escuché en el Museo de Santa Cruz de Toledo, creo recordar que en 2002, en un concierto enmarcado dentro del Festival Internacional de Música de la ciudad. Era uno de los conciertos a priori menores en la programación del Festival. De pequeña escala, en día laboral y de precio barato, de esos a los que acudía únicamente el público eventualmente desocupado o musicalmente más interesado. Yo acudí sin expectativas, deseando sólo conocer obras nuevas y disfrutar de una agradable velada musical. Hoy todavía lo recuerdo como uno de los conciertos que más me han sorprendido, llenado, embriagado. No es para menos, estos valses-canciones de amor son de lo más excepcional que se ha compuesto.


"El vals", según un grabado de 1860

En primer lugar, su morfología es muy particular. Para interpretarlos hace falta un representante de cada uno de los cuatro principales timbres vocales (soprano, contralto, tenor y bajo) y dos pianistas, que tocarán a cuatro manos. Esta clase de instrumentaciones inusuales pueden derivar en simples caprichos experimentales sin mayor interés o, por el contrario, en paletas sonoras altamente atractivas. Llevarlas a efecto, al tener que reunir a los intérpretes requeridos, hace que no suela ser corriente encontrarlas en programas de conciertos. Las grabaciones, por lo general, tampoco abundan. Esto confiere un carácter aún más especial a estas obras, nos permite apropiarnos personalmente de ellas como un tesoro recóndito que quiere y debe ser transmitido a otros con la misma intimidad con la que tú participas de él.


Liebesliederwalzer op.52, primer conjunto de valses

Las piezas que integran Liebesliederwalzer y su continuación son miniaturas en ritmo ternario (de vals), de no más de dos minutos de duración, que se van sucediendo conectadas entre sí en alternancia de tempos rápidos y lentos, así como dinámicas fortes y pianissimos. Sus textos están tomados de compilaciones de poemas y tonadas a cargo de Georg Friedrich Daumer, aunque Brahms reservó a Goethe el privilegio de poner letra al último de los valses. En la mejor tradición del lieder romántico, estos textos cantan al amor tal y como se entendía en el S.XIX, pero son un mero soporte para lo que verdaderamente importa aquí: la música.
Brahms, compositor que desarrollaba con frecuencia pasajes de extrema complejidad armónica (y subsiguiente belleza) , no hace aquí intrincadas progresiones formales, apuesta por la simplicidad. Pero una simplicidad externa y aparente, ya que se encarga de ornamentar profusamente su interior. Brahms aprovecha la amplitud de registros que le concede contar las voces que conforman un coro completo y dos pianistas para dotar a su obra de la robustez que le caracteriza. Así, el campo sonoro que abarcan estos valses es amplio y de una compacidad perfecta. Esta compacidad podría resultar fría si no estuviese integrada por melodías del más afinado refinamiento, algo que al compositor no se le escapa. De esta forma, nos vemos atraídos por un cuerpo melódico de radiante belleza y aspecto ligero. Al explorar ese cuerpo descubrimos que su belleza no es tan liviana, ni pasajera. No está hueca, sino que guarda dentro un fondo de admirable equilibrio. Esta combinación ponderada de encanto exterior y profundidad interior (no sobra ni falta una sola nota) es lo que hace que los Liebesliederwalzer te seduzcan una vez y desde entonces no hagan más que crecer en cuanto a la emoción que suscitan. Son piezas harto delicadas y sentidas, con un montón de recovecos armónicos donde perderse, de giros vocales que erizan la piel.


Neueliebesliederwalzer op.65
#15: Zum Schluss, sobre un texto de Goethe

Os invito a quedar deslumbrados por el brillo de estas pequeñas gemas, extraídas de la mejor cantera y talladas en el mejor taller. El resultado es de la más depurada exquisitez.




Addenda: Brahms completó su cuerpo de pequeños valses con otro cuaderno de 16 piezas escritas para piano a cuatro manos, sin voz, aunque con el mismo carácter que los liebesliederwalzer. Son también algo de lo más extraordinario que puede escucharse. No los dejéis pasar. 

lunes, 8 de octubre de 2012

Rodar por el mundo


Los que seguís más de cerca mi experiencia vital sabéis que por primera vez me he establecido por un tiempo fuera de España. Hasta ahora casi toda mi vivencia en el extranjero había adoptado la forma del tour recreativo. Sabéis también que no acostumbro a aguantar demasiado tiempo en el mismo lugar sin escaparme, aunque sea por breves periodos de tiempo y a lugares situados no necesariamente en lo remoto. Viajar es como todo en la vida, una vez que lo aprecias con un cierto nivel de profundidad no deja de abrirse el abanico de destinos que descubrir ni de incrementarse la sensación de que nunca se ha  llegado lo suficientemente lejos.

                               


En mi infancia temprana, apenas levantado solía dirigirme al salón de mi casa, donde se guardaba a mi alcance un enorme y detalladísimo mapa de carreteras de la Península Ibérica. Me fascinaba (me sigue fascinando) ver esa red jerárquica de líneas que adoptaban morfologías caprichosas, que divergían desde un punto para ir a encontrarse en otro, conectándolo todo. También sentía ávida curiosidad por los topónimos, con esos nombres que en ocasiones no habría inventado mejor el mejor literato, con sus tan diferentes tamaños, ocupando cada uno un lugar y no otro, con las distancias inamovibles que habría que recorrer si se quería alcanzarlos. Llegué a aprenderme el nombre de un enorme número de poblaciones y a saber situarlas en su correspondiente comunidad y provincia. Me gustaban esa clase de juegos. Pero el momento culminante de mi embeleso se producía cuando lo dibujado sobre el papel se traducía a la realidad: cuando contemplabas el aspecto real de las calles, las casas, las plazas, iglesias y monumentos de cada lugar (por entonces, cuando no abundaban las circunvalaciones); cuando de verdad recorrías aquellas carreteras y topabas con los accidentes del terreno que las hacían girar, descender y elevarse. Fue ya por entonces cuando descubrí lo confortable que me era la sensación del traslado, de los paisajes en movimiento, de las líneas en el asfalto que iban desapareciendo una tras otra engullidas por la delantera del coche pero no se agotaban. Tal era mi obsesión por las carreteras que acabé creyéndome la broma y estudiando para ingeniero.



  

Portada e interior del mapa que tantas veces abrí y diseccioné durante mi infancia


De niño tenía las cosas muy claras. Consideraba que había multitud de lugares que visitar en España y que no hacía falta salir fuera de sus lindes hasta haber cumplido 18 años, como si trasladarse más allá fuese un privilegio reservado a la mayoría de edad. Todo ello a pesar de que en mi mesa ya había un mapa mundi. Afortunadamente mis padres hicieron caso omiso de esta consideración y en 1996 pisé territorio francés. Estando allí me chocaron dos cosas: los coches tenían una matrícula distinta a las que conocía y la gente hablaba de forma extraña e incomprensible en la calle. Pero por lo demás no noté diferencia sustancial entre estar en España o estar fuera. No fue hasta 2001 cuando, siendo más que reconocida ya mi querencia por el viaje, subí por vez primera a un avión. Fue en Madrid, con dirección a Budapest. Y comencé a malacostumbrarme. Desde entonces, a excepción de 2003, he tenido la enorme suerte de visitar al menos un país nuevo cada año. Dice un amigo mío, aún más afortunado que yo en esto de cruzar fronteras, que el requisito para saberse buen viajero es haber pisado como mínimo tantos países como años se tienen. Toco madera, pero hasta ahora voy cumpliendo.








Un vistazo a mi mapa de viajes actual muestra que hasta ahora no me puedo quejar en cuanto a kilómetros a mis espaldas; pero también la enorme cantidad de espacios en blanco que quedan






Se habla mucho hoy en día de una pérdida de autenticidad a la hora de viajar. Hasta determinado punto esto es cierto. El mercado ha contaminado ya no sólo los lugares emblemáticos sino hasta los últimos confines, de forma que en todas partes nos asalta a cada paso un enjambre de inútiles souvenirs, muchos de los cuales además se hallan globalizados: da igual donde te halles, encontrarás otra vez ese bolso estampado una y mil veces con el nombre del lugar. Pero es el mismísimo bolso que también encontraste allí, allá y más allá. Y este ejemplo no es de los peores. Algunos nostálgicos sibaritas cargan contra las hordas de turistas que ahogan los lugares más típicos, mentando un pasado en que se podían pasear y admirar sin colas, empujones ni interferencias. Otros cargan contra los estrafalarios atuendos que nos gastamos cuando hacemos turismo, especialmente contra la chancla y el pantalón corto. Por molestas que sean, no tengo nada en contra de las hordas de visitantes. Tampoco lo tengo en contra de llevar pies y piernas al aire (algún día escribiré en enconada defensa de las bermudas como modelo estético). Si muchos disponen ahora de los medios para viajar, que viajen, que se muevan, que aprendan de lo que hay fuera porque no existe mejor escuela. Si el precio a pagar es atestar monumentos y rincones lo pagaremos.


Otra cosa es la actitud que demuestren los viajeros, y aquí sí que he de sumarme a toda protesta. La facilidad para el viaje ha provocado su pérdida de excepción, de forma que muchos lo utilizan como prolongación de la vida en su lugar de residencia, o incluso peor, para traspasar el límite de desmadre que no traspasan en su lugar de residencia. Cuando en el párrafo anterior hablaba de aprender de lo que hay fuera, me refería a mantener una actitud abierta y receptiva mientras se está en el otro lugar. Empaparse del lugar, inspeccionarlo, filtrarlo de forma que separemos todo aquello que presenta en común con los demás lugares del mundo globalizado de lo que conserva de propio. Y por supuesto, desconfiar del negocio del turismo. Como muchos no tienen ningún interés en aprovechar esto, pasan por el mundo buscando lo que pueden encontrar en su misma calle y dejándose tentar por toda clase de ofertas meramente empresariales. En este proceso de banalización del viaje juega un papel tristemente importante la tecnología. La fotografía y vídeo digital, en todas sus formas (buenas y malas cámaras, móviles, tablets y demás fauna), han hecho un daño mayúsculo al turismo. No me explico cómo algunos transitan las galerías de catedrales, palacios y museos observándolas por el ojo de su dispositivo, grabando algo que quizás ni siquiera vean una sola vez. En estos tiempos de Google Earth y Street View podemos acceder a detallados recorridos casi por donde queramos, qué necesidad tendremos de grabarlo nosotros, con ese tembleque propio de la cámara en mano. Si algo queda de auténtico en cada sitio es que sus atractivos reales sólo se encuentran allí. Mejor será palpar la realidad de esos sitios mientras nos encontremos en ellos de cuerpo presente.

Conste que soy el primero al que le gusta documentar de forma más o menos completa lo visitado, pero cada vez tiendo más a pensármelo dos veces antes de pulsar el disparador de la cámara. Prefiero no saturar innecesariamente mi tarjeta de almacenamiento con estampas repetitivas, inútiles o impostadas (“tire su foto desde aquí”). Si quiero aportar mi visión propia acerca del viaje, intento que sea de verdad propia.




La proliferación de toda clase de dispositivos de captura
de imágenes da lugar a toda clase de situaciones tan curiosas 
como lamentables




Al principio mis periplos fueron de tipo organizado y familiar. Por suerte, mis allegados sabían aprovechar las ofertas valiosas y prescindir de las que eran simple sacacuartos. Buscábamos aquellos itinerarios donde abundara el tiempo libre y nos llevaran cómodamente de un sitio a otro. En los últimos años he planteado mis viajes de forma diferente. No me preocupa tanto patearlo todo sino paladear lo pateado. A esto ha contribuido el gozar de amistades diseminadas por los 5 continentes. Ir a visitar a alguien que vive en un lugar añade al viaje una especie de cotidianeidad que lo dota de nuevo encanto. Pareces adentrarte algo más en la vida habitual del lugar, por breve que sea tu tiempo de estancia, aunque sólo sea por el hecho de dormir en una casa y no en un establecimiento hotelero. Llega un momento en que descubres que visitar un sitio ha de ser mucho más que acercarse a sus emblemas turísticos. Las luces, los cafés, los mercados, las gentes, los aromas, todo es igualmente estimulante. Percatarse de esto y valorarlo multiplica el efecto transformador del viaje.

                                   

                                        A veces el alma verdadera de un viaje se concentra en los pequeños detalles.
                                                                                                (Foto de mi autoría)


Ahora me toca experimentar de primera mano la vivencia prolongada en un país extranjero, otra forma de viaje. Quién sabe cuál será mi evolución a partir de este punto. En el mundo de hoy, donde casi todos se mueven, saltando continuamente, donde puedes conocer y tratar a toda clase de individuos de dispar procedencia en lugares igualmente dispares, es delicioso comprobar cómo se derriten las connotaciones de la palabra extranjero. Sin necesidad de poner demasiado de tu parte puedes llegar a sentirte acogido en cualquier rincón donde te establezcas, desenvolverte entre la gente que como tú ha ido a parar allí, considerarte y que te consideren entre iguales. Hoy más que nunca es estúpido no abogar por el cosmopolitismo. Tenemos el mundo entero a nuestra disposición. Vayamos a por él. 


(foto de autoría propia)